POR: ANUAR SAAD S.
Del Teófilo humilde, sencillo,
rendidor y solidario que conocimos en Junior, no queda ni la sombra. Del
jugador barranquillero que asombró por su fútbol y goles a su llegada al Racing
de Avellaneda, solo queda una mediocre caricatura. De su fama de cañonero
preciso y letal, hoy le queda un triste apodo: “bang bang Gutiérrez”.
Lo del sábado fue la gota que rebosó
el vaso. Todo ese cúmulo de salidas en falso en las que se peleó con sus
compañeros, escupió a los árbitros, ridiculizó a entrenadores, faltó el respeto
a hinchadas de otros equipos y menospreciaba a sus compañeros, quedó opacada
por esta metida de guayo descomunal. Otra vez se hizo expulsar, otra vez dejó a
su equipo medio tiempo con un jugador menos, y otra vez fue causal para que su
equipo saliera derrotado, ahora, ante su archirrival, el Independiente de
Avellaneda. Pero además de su comportamiento antideportivo dentro del terreno
de juego, se lio a trompadas con el capitán de su club, el arquero Saja, quien
con razón le increpó ante su irresponsabilidad. Gritos, insultos y trompadas,
agravadas por el intento de intimidar, con una pistola de balines, a aquellos
que lo estaban recriminando.
¿Qué pasó con Teófilo? ¿A qué se debe
esta actitud maníaca de autodestrucción y neurosis plagada de bajos instintos?
Sin duda, podría uno decir, que sus inicios en La Chinita, barrió en el que
creció, se crio y se hizo hombre --con todas las dificultades que esto
representa—lo dejaron marcado y no supo asimilar el éxito, la fama y la
fortuna. ¿Pero… por qué otros sí? Por qué Leonel, cuya historia en una comuna
de Medellín es casi idéntica a la de Teo; Muriel, de una vida de lucha y necesidades;
sólo por nombrar dos, han sabido triunfar manteniendo un comportamiento
ejemplar dentro y fuera de las canchas.
Teófilo va en camino de convertirse en
uno de esos ídolos efímeros que les tocará vivir de los recuerdos y de las
añoranzas de lo que pudieron ser y no fue. ¿Qué equipo en sus cabales contrataría
a alguien con estos oscuros antecedentes? Con lo del sábado, le dijo adiós a
una convocatoria a la Selección Colombia, aunque en lo personal, creo que a él
esto no le importa mucho. Le dijo adiós a un jugoso contrato en Europa y de
seguir así, le tendrá, con el tiempo, que ir diciendo adiós a sus carros de
lujos, sus casas de película y a sus ínfulas de magnate, esa misma que lo hace
mirar a todos y a todo por encima del hombro.
Lo más contradictorio de la situación,
es que se ufanó siempre de su confeso cristianismo y sus citas bíblicas –que por
supuesto ya nadie cree- y que contrastan terriblemente con su comportamiento de
mal fariseo. Teófilo Gutiérrez es hoy el vivo ejemplo claro del fracaso. De
cómo al no ser íntegramente una persona, derrumba sus sueños como deportista.
Él no ha superado su ciclo de penurias en el barrio humilde donde nació. Es un
hombre que arrastra la peor de las
pobrezas: la pobreza interior.
Hoy el ídolo ha caído. Ese mismo que
hacía mover las rotativas en las que las primeras páginas se imprimían con
elogios a su nombre. Cayó el ídolo de niños, jóvenes y adultos que sentimos,
con un profundo dolor, como este deportista sigue en su alocada carrera para ir
del cielo al infierno.
No dudamos de su
excelente condición futbolística. Pero el fútbol, como cualquier otra
profesión, depende del comportamiento humano. Ya Kapussinsky lo había dicho con
respecto al periodismo: “Para ser un buen periodista, primero hay que ser buena
persona”. En el caso de Teo, y del fútbol, la tarea está inconclusa: aprendió a
meter goles en los arcos; a driblar rivales; y hacer pases de antología. Pero
nadie le enseñó a ser una buena persona.
Todavía tiene tiempo, a pesar de todo,
para recomenzar. Para expiar sus culpas –de verdad verdad y no con sermones
bíblicos que quedan en letra muerta- y poder así, encontrar una nueva
oportunidad… que sin duda, puede ser la última.
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