POR: ANUAR SAAD
Seguramente usted, sí, usted, ese mismo que está leyendo este artículo, sea uno de los miles de estudiantes de Comunicación
Social – Periodismo en este ancho mundo. Y tal vez, por cosas de la vida, no
sabe aún por qué diablos está estudiando esta carrera. No es un secreto que
muchos y muchas están aquí, porque ya han fracasado en otras carreras, o porque
en la Ciencias Sociales y Humanas, hay muy pocos encuentros con el álgebra, las
matemáticas y la trigonometría. Y otros, porque sueñan verse presentando un
programa de televisión o conocer, en medio de tantas mujeres hermosas con
vocaciones de modelos que cursan esta profesión, a su media naranja.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿quién quiere ser periodista? Ese
interrogante nace después que, por más de 27 años, he sido un periodista al cien por ciento. Y descubrí que
quería serlo porque, además de ser perversamente malo con las matemáticas, me
di cuenta que dentro de mí habitaba otro ser que, contrario al muchachito
tímido, callado y narizón que todos veían, ese “otro yo” buscaba a gritos la
manera de poder contar historias. Con esa obsesión estudié esta
misma carrera que usted hoy orgullosamente estudia y me di cuenta
que, contrario al comercial de Davivienda, no estaba en el lugar equivocado: no
habían pasado dos semestres cuando de ese muchachito tímido de bigote
incipiente, no quedaba ni sombra. Impulsado por el gusto que le estaba tomando
al encuentro con el periodismo y la oportunidad de ser escuchado o leído, me
lancé sin temores a develar sus
secretos. A aprender el oficio. A ser la voz de los que no tenían voz, movido
por esa utopía de que la prensa, además de ser un cuarto poder, podía cambiar
al mundo.
Aunque hoy creo, con tristeza, que el mundo ha cambiado a la prensa,
también es cierto que por medio de esta profesión llena de sacrificios (como
los médicos no tenemos horarios y contrario a los médicos ganamos muy poco);
vicisitudes (podemos hasta perder la vida a la caza de esa gran historia);
alegrías (en el ejercicio del periodismo somos parte de los momentos que nos
llenan de orgullo) y tristezas (que, en un país como el nuestro, siempre serán
más que las alegrías) pero con la diferencia que somos quienes, con la ética
como regla indeleble, podemos informar, denunciar, opinar, entretener y, por qué
no, ser parte de la vida de esos muchos que, aunque no nos conocen, nos leen,
nos oyen, nos miran y nos creen.
Si estás listo a dar tu cuota de sacrificio; a ganarte un nombre a costa
de primeros sueldos de miseria; a soportar embates de editores y jefes que
destrozarán tus escritos en la cara y a pocas, muy pocas palmadas de
felicitación, sin duda, tú quieres ser periodista. No tienes por qué afligirte:
no necesitamos de aplausos, premios ni palmadas. Sólo requerimos que la
historia, al final, sea bien contada. Ese lector, en su casa, mientras devora
un trasnochado sánduche, lo sabrá
agradecer. Mientras que ese ego que todos cargamos dentro, se sacude cada vez que,
debajo del título de la noticia que abre la primera página, está escrito tu nombre en letras de molde.
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