La
guerra de las estrellas
Una aproximación a la polémica ética sobre la "devolución de las estrellas" propuesta por equipos de fútbol permeados por el narcotráfico.
POR ANUAR SAAD
En
un país como el nuestro que hace de las tragedias una fiesta y que ha
demostrado tener mala memoria, el anuncio de los directivos de Millonarios en
que pone sobre el tapete la posibilidad de “devolver” las estrellas ganadas en
1988 y 1989 cuando Gonzalo Rodríguez Gacha, “El Mexicano”, tenía asiento y
poder en las entrañas del club embajador, ha desatado una marejada de opiniones
contrarias que van, desde lo sensato y lo pasional, hasta lo trascendentalmente
ridículo.
Este
tardío acto de contrición (23 años después) no deja de despertar suspicacias.
Por lo menos, en este redactor, sí las despierta. Más parece el interés
desmedido de revivir viejas glorias de un equipo venido a menos y que ahora,
revitalizado por inversores norteamericanos y por shows mediáticos que los
presentan como el otrora equipo glorioso codeándose en amistosos con los
grandes de Europa, están buscando la forma de borrar ese fastidioso lunar de su
historia y, de paso, generar prensa positiva para que su nombre vuelva a sonar
después de 23 años de sepultura.
Y
es que lanzar el anuncio precisamente en la víspera de llegar a Madrid para
jugar un “picadito” con el Real (no el Cartagena, por supuesto) con el pretexto
de rendir un homenaje a Di Stéfano, estrella del entonces reconocido “Ballet
azul”, parece tener como único fin generar buena prensa a costa del narcofútbol
que marcó a Colombia por más de una década. De qué carajo sirve –pregunto
yo—que Millonarios devuelva las estrellas. ¿Borrará eso acaso la estela de
muertes, corrupciones, testaferratos, atentados e injusticias que se vivieron
bajo la sombra de El Mexicano? ¿Por qué cuando el país se estaba resarciendo
del narcoterrorismo los directivos no pensaron en proponer esa “gallarda” posibilidad?
Lo
peor, es que el fútbol es solamente la punta del iceberg. Más profundo
encontramos jueces, políticos, empresarios, caballistas, presentadores de
televisión, reinas de belleza, periodistas y hasta la iglesia, permeados por un
flagelo que tocó todos los estamentos de un país que se acostumbró a vivir con
miedo. ¿Devolverán acaso –como leí en un twitt hace unos momentos—la corona, la
cara, las piernas, las tetas y el c… las narco
- reinas premiadas bajo la complacencia de Doña Tera y sus sucesores en el
aberrante reinado de Cartagena?
Ahora
directivos del club América de Cali, salen a apoyar la iniciativa como si el
daño causado a la sociedad, a la imagen de Colombia en el exterior, al deporte
mismo y a los aficionados, se pudiera borrar con, precisamente, desaparecer de
los escudos las narco-estrellas ganadas. En el caso del América, la situación
sería más compleja: casi todas estuvieron manchadas por la mano larga del
narcotráfico. Y hasta ahí, lo que se sabe. Ahora imagínense de los clubes que
aún no se sabe nada.
Desaparecer
las estrellas, no resucitará a los árbitros asesinados. No reversará los
chantajes, las amenazas, el falso desarrollo a costa de dineros de la droga y
mucho menos el dolor de hombres y mujeres que perdieron, en ese rife y rafe
demencial, a sus seres queridos. No se puede, señores de Millonarios, hacer un
barato truco de magia, soplar el puño y “voilà”, construir de la nada un club más limpio que la
nalguita del niño dios.
La lección que nos debió dejar un país sometido por
el poder del narcotráfico, es que, parafraseando a García Márquez, siempre hay
una nueva oportunidad sobre la tierra y que, efectivamente, sí se puede
cambiar. Con hechos, actitudes y dignidad. Pero sin necesidad de llevar los
actos de arrepentimiento a un tinglado más propio de la pornomiseria de un
reality show. Los directivos, los jugadores y también los seguidores, sabrán en
el fondo qué fue lo que se ganó
en franca lid y qué no. Porque como bien dijeron ex futbolistas de Millonarios
de esa época… “es absurdo pensar en quitar las estrellas, porque sería
desconocernos a nosotros como profesionales del fútbol”. Y por otro lado, la
desvergüenza de un ex entrenador, de sospechosa trayectoria ética, quien en El
Tiempo, afirma que es una “infamia” el devolver los títulos… en los que para
bien y también para mal, él tuvo mucho que ver. Que se queden las estrellas,
como recuerdo imborrable de la narco-corrupción, la indignidad y la
desvergüenza. Y desde ahí, empecemos a crecer.
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