Puede creerse que 200 años son muchos. Para una persona representa tres
veces su expectativa de vida. Pero para una ciudad, son pocos. De hecho,
Barranquilla es una urbe joven que está empezando a vivir y en sus dos
centurias ha afrontado épocas de gloria, de oscurantismo y de estertores de renacimiento.
Hasta finales de la década de los 50 la entonces Puerta de Oro de
Colombia era un ejemplo en Sudamérica. Años después, el saqueo de que fue
objeto por parte de sus “insignes hijos” la dejó convertida en un muladar. Una
ciudad donde los servicios públicos eran inmensamente católicos: llegaban a los
hogares solo cuando Dios quería. Tener agua en un barrio como los Nogales, era
motivo de una celebración. Ver un carro recogiendo la basura, era un hecho para
inmortalizarlo en una fotografía… y encontrar calles pavimentadas representaba
toda una hazaña. Sin embargo, el barranquillero seguía queriendo a su ciudad,
pero sin el ánimo de enfrentarse al bandolerismo político que la acababa de a
poco.
Barranquilla ha demostrado que es
una ciudad fuerte y noble. Tanto lo es, que ha sido capaz de sobrevivir a pesar
de su clase dirigente y de nosotros como ciudadanos apáticos. En 200 años sigue
dando señales de vida y muestra signos (aunque aún débiles) de recuperación, a
pesar del saqueo, la corrupción, la politiquería barata que impedía la
prestación de los servicios fundamentales, a la pauperización de sus hospitales
y al caos de sus vías públicas. En medio de todo, a principio de los 90, en un
proceso que nació en el primer mandato (ojo: el primer mandato) de Bernardo
Hoyos, hasta la pasada alcaldía de Alex
Char—vivió altibajos administrativos pero con procesos que daban señas de
buscar una resurrección. Lo que no se puede negar es que si queremos una
Barranquilla nueva, verdaderamente floreciente, pujante, innovadora, moderna,
equitativa e incluyente, los barranquilleros, todos, debemos aportar.
Pero no neguemos lo innegable: somos ciudadanos apáticos que preferimos seguir quejándonos, que ayudar
a la búsqueda de soluciones. Criticamos a nuestros mandatarios, después que les
depositamos 300 mil votos en las urnas, muchos de ellos, comprados. No elegimos
a conciencia y después lloramos sobre la leche derramada. Y en esto, los
periodistas también tenemos culpa: un alcalde, con resultados negativos en
encuestas, reparte pautas publicitarias a diestra y siniestra, acallando así, las
voces críticas en su contra.
En estos 200 años nos han llenado de discursos veintejulieros que anuncian una ciudad “que
despunta”. Una ciudad feliz. Una ciudad “que florece” (díganme dónde). Una
ciudad segura. Una “metrópoli”. Una ciudad equitativa. Una ciudad incluyente y
de oportunidades. ¿Será verdad tanta
belleza?
Más allá de los resultados que mostró la ciudad con el Alcalde Alex Char
y un cierto resurgir en cuanto a vías, educación e infraestructura, a
Barranquilla le faltan, aún, otros doscientos años para ser la urbe que por su
ubicación estratégica, debió ser. Y entre los culpables estamos todos los que
vivimos aquí: desde el más barranquillero, hasta el santandereano de pura cepa.
Por eso, ese “buen momento” --que se nos quiere vender a través de una prensa
ciega-- no puede, de ningún modo, dejar que el verdadero barranquillero baje
los brazos. Que sigamos siendo “ciudadanos de piedra” que tragamos entero y no
aportamos un ápice al desarrollo. ¿Acaso no tenemos ahí mismo en nuestra
narices lo que mancomunadamente la dirigencia honesta y los ciudadanos
comprometidos han hecho por una ciudad como Medellín que –literalmente—resurgió
de sus cenizas? ¿Por qué en Barranquilla un sistema articulado de buses, por
ejemplo, genera pérdidas con un funcionamiento mediocre mientras ellos tienen
un metro, metrocable y escaleras eléctricas que comunican sectores de la
ciudad? ¿Por qué hacer una pista atlética en un estadio, remodelar óptimamente
una piscina olímpica, mantener como tacitas de plata los colegios públicos,
pavimentar de verdad las trincheras en que están convertidas la mitad de las
calles y garantizar la seguridad en esta ciudad cuesta tanto?
En vez de hacer alharacas para festejar 200 años como si hubiéramos
refundado la metrópoli de nuestros sueños, deberíamos, en esta fecha, repensar
la ciudad y saber cuál es el rol que nos compete a cada uno de nosotros para
aportar a su desarrollo. La academia, el sector empresarial, los entes
gremiales (cuando dejen de pelearse por la corruptela de vergüenza de la Cámara
de Comercio, por tocar solo este punto) y los entes “cívicos” como Pro
¿transparencia? Y ¿Visión? Compartida dejen de tirar cada uno para su lado y se
den cuenta que esta ciudad no es de ellos, sino de todos, podremos entonces
empezar, de verdad, a construir.
Celebremos, sea cual sea la fecha, cuando ciudadanos y clase dirigente
hayamos logrado cimentar, por fin, la ciudad de nuestros sueños. Porque con
solo ser alegre, hospitalaria, de oportunidades, cordial y cálida…no es
suficiente. ¡Empecemos a reconstruir la ciudad!
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