Por Anuar Saad
INTRODUCCIÓN
Es casi seguro que si no hubiera
quedado registrado por medio de la palabra escrita el paso por este mundo del
nazareno, recopilado en los libros de los apóstoles más cercanos a él, con
milagros incluidos, no se habría creado el efecto multiplicador que aún tiene
este hombre humilde, de palabra clara con mensajes sabios.
Es más, entre los primeros
cronistas podemos citar a los autores del santo libro. Antiguo y Nuevo
Testamento son una recopilación de crónicas que varían de lo social a lo
judicial. Amores, desdichas, traiciones, venganzas, muertes, genocidio,
masacres, hazañas, han quedado registrados para siempre en estos libros sacros.
Esos autores, sin embargo, no exhibían cartel alguno, ni carné, ni chalecos
llamativos, ni diplomas que los acreditaran como periodistas. Como tampoco a
los conquistadores y misioneros que se aventuraron en el Nuevo Mundo y en
crónicas, muchas de ellas anónimas, describían magistralmente la belleza de un
paraíso al que llamarían América.
Es pues, amables lectores, un
hecho de que el oficio más bello del mundo, como lo llama el Nobel Gabriel
García Márquez, es también uno de los más viejos, y es así porque sencillamente
desde que la comunicación existe, es decir, desde que un individuo pudo hablar
con otro y vivir en comunidad, el oficio del periodismo empezó a echar raíces.
La comunicación y el periodismo son simbióticos. Uno es el otro y viceversa.
Incluso, las nuevas y prometedoras fronteras del amplio espectro de la
comunicación son en gran parte una derivación del oficio periodístico.
EL PODER DE LA PRENSA
El mundo mismo ha cambiado su
realidad gracias al ejercicio del periodismo, muchas veces para bien, y otras
con resultados catastróficos. La eticidad está ligada estrechamente al devenir
periodístico y el efecto en la comunidad se mide desde la misma intencionalidad
con que se creó el mensaje. Desgraciadamente, las innovaciones electrónicas,
digitales e informáticas que hoy están al servicio de este oficio hermoso, son
utilizadas más para ganar audiencia o venta de ejemplares –en el caso de la
televisión, la radio y la prensa escrita– que para volver a la verdadera razón
de ser del oficio del periodista: su objetivo social.
Reduciendo el espectro
geográfico, y enmarcando la profesión del periodista en Colombia, por ejemplo,
nos encontramos en nuestras propias narices con un hecho que, aparentemente
insignificante, tiene una relevancia que aún no ha sido realmente valorada: En
los últimos 120 años, muchos de los hombres que han ostentado el honor de ser
presidente de Colombia ejercieron en algún momento de sus vidas el oficio
periodístico, como directores de periódicos, revistas o escribiendo sus
editoriales.1 Entre
ellos podemos señalar nombres como los de Rafael Núñez, Miguel Antonio Caro,
Marco Fidel Suárez, Eduardo Santos, Roberto Urdaneta, Enrique Olaya Herrera,
Guillermo León Valencia, Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez, Alberto Lleras
Camargo, Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López Michelsen, Belisario Betancur,
Andrés Pastrana, Ernesto Samper, y otros a los que el destino, siempre
impredecible, le impidió serlo, como el caso del asesinado candidato Luis
Carlos Galán Sarmiento.
Y cómo olvidar la manera en que
el entonces Presidente Álvaro Uribe Vélez decidía, en una abierta rueda de
prensa, cuáles preguntas abordaba y a quiénes contestaba. Cuando era requerido
por un periodista que lo llevaba a temas en que él no salía bien librado, hacía
uso de su poder censurándolo o, peor, insultándolo en vivo y en directo. Era
frecuente ver a Uribe en el rol de periodista, pero del mal periodista, claro: el
mismo se preguntaba lo que quería y terminaba respondiéndose según su
conveniencia. Esta modalidad abundaba en sus populacheros “consejos comunales”.
Toda prensa que fuera en contravía de sus designios, era su enemigo potencial.
Y las que no, caso RCN, sus aliados más firmes.
Ello nos lleva a deducir que en
Colombia, como en otros muchos países, el periodismo está estrechamente ligado
al poder y este nudo simbólico no ha dejado –hay que decirlo– cosas provechosas
al sufrido pueblo colombiano. ¿Razones? Pues hay varias: algunos medios o
directores de los mismos tienen por lo general pretensiones políticas que los
lleva a tomar partido en el manejo de la información. Unos, claro está, con
mayor desatino que otros. Los medios, que han crecido en tecnología en la
última década, han perdido credibilidad dentro de la mente y el corazón de su
público, que ve con espanto cómo los shows comerciales son transmitidos con
despliegues exagerados –los famosos reality– y la manera
descarada con que se deja de lado la realidad verdadera de un pueblo que se
ahoga en su propia sangre y que cada vez está más insatisfecho en sus
necesidades básicas.2
Mientras tanto, las cámaras o las
rotativas se ponen al servicio del último evento social, o dan cuenta del
número exacto de muertos del último atentado –sin interesarse siquiera por los
sobrevivientes o la suerte de un pueblo obligado al desalojo– o de un trajinado
y fastidioso tejemaneje politiquero que ya ni siquiera entendemos bien.
MONOPOLIO Y MANIPULACIÓN
A escala mundial el fenómeno
también es creciente: las imágenes de la guerra del Golfo que apreciamos
gracias a la televisión por cable sólo nos mostraban una cara de la moneda: las
hazañas de los "héroes" estadunidenses quienes, como réplicas de
Rambo, arrasaron a un pueblo que para ellos simbolizaba el mal. Nunca vimos la
otra cara: los misiles que destruyeron hospitales, que arrasaron casas y
edificios, los inocentes caídos bajo el "fuego vengador" ni la
verdadera cifra de bajas que tuvieron los soldados estadunidenses. La
manipulación de la información fue entonces evidente. Como ahora lo es con la
nueva guerra cazada contra Irak. Me uno a la opinión de Daniel Samper Pizano,
quien es su columna "Reloj", del diario El Tiempo, señaló
que es sólo el interés económico lo que mueve a EU en su intención de guerra, y
no la de proteger a una población supuestamente aplastada por un régimen
demencial como el de Hussein.3 ¿Está
el mundo verdaderamente informado? ¿O es que sólo obtenemos la
información que al binomio monopólico prensa–poder le
interesan?
Por ello ha llegado el momento en
que la llamada prensa alternativa, dormida aún en Latinoamérica, despierte. Una
prensa más independiente, libre de las ataduras del monopolio económico y ajeno
al poder político. Una prensa crítica con alto contenido social. Una prensa
subjetivamente ética, capaz de analizar, interpretar e informar a la comunidad
sobre la realidad que estamos viviendo.
Es paradójico que hace más de dos
mil años se ejerciera este oficio derivado de la necesidad de comunicarnos
teniendo como eje primordial a la comunidad. Se perseguía el bienestar social y
la comunicación era una forma acertada de hacerlo. Hoy, miles de años después,
cuando sostenemos provechosas discusiones sobre el periodismo digital, cuando
presionando una tecla obtenemos toda la información y cuando los procesos
comunicacionales han sido optimizados gracias a la evolución informática y
satelital, hemos dado la espalda a lo social... a encontrar las causas de los
problemas que nos aquejan, a proponer soluciones, a contar historias de vida
que pueden ser ejemplo para la juventud, o para describir el drama de la
violencia no sólo centrados en el recuento de muertos o el estado deplorable de
las víctimas, sino el estado de indefensión de un pueblo que clama paz mientras
tiene que protegerse de las balas provenientes de interminables frentes.
¿Y LA SOCIEDAD QUÉ?
Bien lo dijo el periodista
Alejandro Santos Montejo, en la revista Semana hace varios en
su entonces columna habitual: "Si en Colombia los periodistas tuvieran que
cubrir la historia de Caperucita Roja, la mayoría se limitaría a enfocar los
charcos de sangre dejados por el lobo, el cuerpo desmembrado y aún tibio de la
abuela, los rasguños simétricos en las paredes y la sábanas salpicadas por la
rabiosa ferocidad del animal. En la habitación del crimen estaría seguramente
concentrada la medusa de micrófonos, cables y cámaras registrando en vivo la
noticia. Algunos estarían lanzando hipótesis sobre los posibles móviles del
horrendo homicidio; otros, especulando sobre las huellas de sangre seca dejadas
en el umbral de la puerta; y unos más hurgando en la vida íntima de la vieja
para encontrar pistas que permitieran dar con el responsable. Cubrirían la
ficción como cubren la realidad: buscando afanosamente rastros del lobo y retratando
en primer plano el cuerpo inerte de la abuela. Son pocos, demasiado pocos, los
que se preguntarían por Caperucita".4
Sin embargo, La comunicación
social de hoy no debe relegarse de la modernidad, de la ciencia y de la
tecnología. La inmediatez sigue teniendo la misma relevancia y la oportunidad
en las noticias tiene validez. Lo imperdonable es que ahora se quiera
sacrificar interés humano por mostrar sórdidas historias de las cuales sólo leeremos,
veremos o escucharemos sus episodios más escandalosos, escondiendo de manera
inexplicable el impacto que el hecho pueda tener en un número indeterminado de
personas. De seguir así, seremos todos las caperucitas olvidadas
de un periodismo que, abocado por una crisis económica que golpea los distintos
sectores de un país aún tambaleante, espera sobrevivir a costa de competencia
desleal, sensacionalismo y la manipulación del poder bajo el soterrado binomio
prensa–política, representado en las más altas dignidades.
Los medios de comunicación son
entonces un provocativo pastel del que quienes ostentan los distintos poderes
–económico, político o social– quieren una tajada. Mientras tanto, todavía
resuena el cacarear interminable de algunos, ilusos por demás, que aluden a la
mal llamada libertad de prensa, sin darse cuenta que muchos de esos medios
hacen uso de la mordaza para callar lo que está sucediendo a pocos metros de
sus salas de redacción, e inexplicablemente sólo ven lo que en el fondo
conviene a sus propios intereses. Y es que decir la verdad en este país
dominado por el terror y la violencia, a veces tiene un precio catastrófico.
Los restos humeantes del diario El Espectador y las lápidas de
los profesionales del periodismo son pruebas fehacientes de ello.
Al interior de las Facultades de
Comunicación Social o de Periodismo se debe fortalecer el valor ético de la
profesión ya que la historia nos demuestra que no basta con obtener el
conocimiento y la última tecnología para procesar la información, si el talento
y la modernización van a estar solamente al servicio incondicional de los
intereses que beneficien a unos pocos y no a la comunidad.
_____
Notas:
Notas:
1 Aunque
sabía que eran muchos los presidentes que han ostentado el poder siendo
periodistas, la lista completa la hallé en «La nueva Historia de Colombia»
Volúmen VI, Capítulo quinto. Sólo incluí los nombres más representativos.
2 El
egresado del programa de Comunicación Social-Periodismo Carlos Navarro escribió
en el periódico universitario El Comunicador un detallado
análisis de los llamados reality en relación con la ética del
periodismo. «El otro reality», título del artículo en el que
el comunicador afirma que «...las grandes programadoras de TV están haciendo
lo posible por fabricar realidades y exponer a sus protagonistas a
defenderse. ¿Pero en dónde queda la realidad verdadera que agobia a millares de
compatriotas cada día?».
3 Columna
publicada en el diario El Tiempo el martes 4 de febrero del 2003, en la que el
periodista Daniel Samper Pizano afirma que sólo el interés económico –léase
petroleo– mueve a EU en su insistente intentona de guerra contra Irak.
Recuerda, además, que Estados Unidos, contra los dictadores de América, nunca
movió un dedo para derrocarlos, desde Pinochet hasta Videla.
4 El
periodista Alejandro Santo Rubino, en una columna publicada en agosto del 2000
en la revista Semana que dirige, titulada «Tinta Roja», hace
una radiografía exacta de la realidad de los medios en su afán por captar
público mostrando sólo los detalles truculentos de las historias y abandonando
a su suerte a las otras personas –una gran mayoría– que son afectadas por el
hecho convirtiéndose en víctimas inocentes.