La protesta de hace una semana, cambió la fisonomía de la ciudad que sigue acechada por la extorsión y la inseguridad.
Y después de
dictarle la larga lista, le recitó la infaltable frase final: “Le dices al
señor Antonio que me apunte el pedido, que se lo pago a fin de mes”.
Pero ese jueves
Ramona no pudo traer lo del desayuno. Y no porque don Antonio se haya negado a
seguir anotando en su ‘credimarlboro’ lo que la señora había pedido. Fue porque
ese jueves la tienda del cachaco de la esquina y todas las de Barranquilla,
Soledad y Malambo bajaron sus esteras y cerraron sus puertas hasta el día
siguiente.
El paro de tenderos
marcó un hito en las protestas pacíficas en esta ciudad, donde las
manifestaciones casi siempre terminan con desmanes o se vuelven un pretexto
para tomar ron.
Una marcha donde se
rechazó la extorsión de la que estos y otros comerciantes de la ciudad son víctimas,
complementó la jornada como medida de presión para que las autoridades pasen
rápidamente del dicho al hecho.
Si bien la promesa
del Gobierno Nacional es priorizar la lucha contra la extorsión y la
delincuencia en el Departamento, lo cierto es que la toma de medidas debe ser
urgente.
Por eso, ese
jueves, los tenderos se hicieron sentir de la manera más notoria: dejaron a la
ciudad sin donde poder tomarse una Coca Cola, pedir tres cervezas, comprar una
Aspirina o fiar lo del diario.
Y el hecho dejó claro
la importancia del tendero en una ciudad acostumbrada a comprar al menudeo.
Porque ese jueves 4 de julio será recordado por siempre como “el día en que
Barranquilla se quedó sin tiendas”.
Por Anuar Saad/ Columna Diario ADN
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