A mis casi 50 años creí que ya lo había visto todo.
Guerras, conflictos, hambre mundial, la caída de un presidente en Estados
Unidos, el derribamiento del muro de la infamia en la Unión Soviética, a socialistas
volverse capitalistas, al Junior por fin ser campeón, a vivir sin servicios
públicos en una ciudad que parecía bombardeada, a un muchachito con “voz de
chivo” coronarse como Cacique de la Junta, a un afro descendiente ser por vez
primera presidente estadounidense y, en Colombia, un neurótico gobernar y
trinar. Vi un Palacio de Justicia reducido a cenizas y a un volcán tragándose a
25 mil personas. A tres buenos muchachos, todos costeños, robándose a Bogotá, y
a un cundiboyacense pisar la gloria en el Tour de Francia. Pero no. Todavía no
lo había visto todo. Lo peor, estaba por llegar.
Hace menos de quince días, un artículo de la revista
Semana llamó mi atención. Expertos, después de un juicioso estudio (no quiero
ni imaginarme las pruebas probabilísticas y el “trabajo de campo” que debieron
hacer para ello) coincidieron en que el buen sexo, es decir, la relación sexual
propiamente dicha, debe durar siete minutos. Así es. No dos como tímidamente
reconocen algunos, ni veinte, como engañosamente cuenta mi vecino de
escritorio. Son siete. No hay derecho a reclamar, a fin de cuentas, los
expertos así lo dicen.
Lo peor de todos es que ellas, las mujeres, muy exigentes
en estas lides, tendrán ahora la excusa perfecta para “monitorear” el sexo.
“Juan, cuidado que apenas llevas dos minutos”. “Ánimo Jorgito que te faltan
cincuenta segundos”. ¿Será posible tamaña imbecilidad? Si esto se pone en boga,
los hombres estaremos condenados, porque, a ese ritmo, no habrá pastillita azul
que alcance a hacer el milagro completo.
Pero más de uno justificaban diciendo que,
afortunadamente, el “preludio” o los juegos sexuales, eran de la cosecha de
quien los inventaba. Es decir, cada uno tenía sus propios recursos y, en ello,
podía tomarse el tiempo que quiera. Al fin y al cabo, creía yo ¡pobre inocente!
Que la intimidad a fin de cuentas era mía y solo mía. Otro error, y aquí, otro
descubrimiento en mi casi medio siglo de vida: los “juegos sexuales”, esos que
son el preludio de la relación íntima, también fueron codificados. Otros
expertos (imagino que los anteriores no repitieron porque ya no tenían fuerzas
para hacerlo) han dictaminado que para ello –el preludio del sexo—no debe pasar
de los quince minutos, ni ser inferior a ellos.
Ya aquí fue la “tapa de la olla”. Ese régimen dictatorial
de “expertos sexuales” no podía afectar la vida de personas que creen que cada
uno hace lo que puede, lo que quiere y lo que siente. Compartí en Twitter mi
seria preocupación y, casi diez segundos después, un cibernauta me respondió
que, seguramente, ahora nos tocará “tener sexo con reloj”.
Ahí está la clave. En este mundo globalizado donde
estamos mediados por el marketing, se ha dado inicio a una oscura alianza entre
relojeros del mundo, los moteles y las pastillas para la virilidad masculina.
No me extrañaría en absoluto, que mañana, al encender el televisor, y en medio
del noticiero, salga un modelo enroscado en una sábana con una bella muchacha
y, de repente, muestre su reloj y diga: “yo sí tengo sexo seguro: 7 minutos
exactos. Mi Rolex, jamás falla”.
¿Será que llegaremos a eso? ¿A cronometrar los juegos y
el acto sexual? De seguir así –estos dictámenes inclementes de expertos
ninfómanos—la preocupación de que algo no se pare ya no pasará por el urólogo,
sino por el relojero. ¡Válgame Dios!
El vecino de escritorio, viejo Anuar, debe ser un embusterazo de primer categoría. Seguramente, con esa afirmación mentirosa de sus 20 minutos, debe esconder una precocidad que, seguramente, no lo deja llegar ni al minuto. Buen artículo, como siempre, viejo Anuar.
ResponderEliminarSí. Ni ellos mismos se creen sus mentiras de "macho-man". Saludos.
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