El
título de esta columna podría prestarse para que más de un lector le ripostara
al redactor “¿acaso uno es brujo?” y otros, en cambio, podrían empezar a
comentar el mismo y empezar a desplegar las más fantásticas versiones que se
han tejido en torno a este macabro suceso. Sea cual fuere la respuesta, esa
verdad es la que con urgencia tiene que encontrar la Policía Nacional, la
Fiscalía y todas las instancias judiciales. Porque en este momento hay una
sensación creciente que, ya sea por falta de indicios; poca colaboración; o
mínimo interés, esta matanza selectiva puede quedar impune.
Esta
nueva modalidad delictiva que está estremeciendo a Barranquilla y otras
capitales del Caribe colombiano ha impactado crudamente en la sociedad. No hay
que olvidar que ellas, las chanceras, son a las que todas las tardes centenares
de clientes se acercan para –además de contarles sus desventuras—anotar con fe
a su numerito de confianza en busca del golpe de suerte que le permitiría
mejorar por un tiempo la apremiante situación económica. Ellas, las “boliteras”
hacen ya parte de la etnografía de los más
tradicionales barrios barranquilleros. Todos saben cómo se llaman, dónde viven,
cuántos hijos tienen y cuál es su apodo. No son unas extrañas las que están
siendo eliminadas. Son ellas, parte de nuestro diario vivir y a las que, más de
una vez, hemos colocado en sus manos nuestra suerte.
Ya
en todas las esquinas empieza a notarse su ausencia. Poco a poco, muchos de sus
sitios de trabajo, se ven vacíos. Y en otros sectores, hasta sus casetas han
desaparecido. Informes de prensa aseguran que más de 600 han renunciado por
temor a correr la misma suerte de sus compañeras asesinadas, mientras otras son
trasladadas a sitios “más seguros”. El impacto de los asesinatos, dentro del gremio
de las chanceras es de verdadero miedo, tal como lo registró el periodista y
docente John Acosta en su crónica “La muerte le apuesta al chance” http://comarcaliteraria.blogspot.com/2013/07/enterraron-otra-de-las-boliteras.html.
Lo
peor, es que –sin duda—ellas no son culpables de nada. Solo de trabajar para
poder sostener a sus familias, cosa que a los sicarios tiene sin cuidado. A
ellos solo les interesa cobrar por su macabro trabajo, esperando pacientes que
le asignen a su próxima víctima mientras que las autoridades siguen dando
tumbos en busca de los responsables. No deja de llamar la atención que el
Comandante de la Policía del Atlántico revelara que Uniapuestas no ha
formalizado las denuncias penales por estos casos, lo que obstruye en buena
parte la apertura de una investigación oficial. El Presidente de la agencia de
apuestas ha negado este hecho, asegurando que sí denunciaron.
Mientras
tanto, las especulaciones siguen. “Que si los asesinatos son consecuencia del
no pago de extorsiones de las que Uniapuestas están siendo víctimas”; “que si
es una campaña de terror para que esta agencia desaparezca y no gane las
próximas licitaciones del juego de azar en la Costa Caribe”; “que si es por
culpa de una apuesta ilegal que se “está tomando” los puestos de Uniapuestas y
que estaría manejando una peligrosa banda criminal”…en fin.
Lo
cierto es que, en medio de todo, hay cosas que no cuadran. Es como esas películas
de suspenso en que los hechos van dejando cabos sueltos que vuelven sospechosos
a todos pero lo único que hay cierto y demostrable hasta ahora, son las
víctimas. Por eso es urgente que las autoridades den respuesta al interrogante
fundamental de ¿quién está matando a las boliteras? Con esta respuesta, las
otras, como el por qué y para qué, vendrán por añadidura. Pero ya es hora de
tener una de ellas, antes que se publique la noticia de otra víctima fatal.
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