El tradicional
premio de periodismo de la FNPI—Fundación que creó el Nobel—reinventó su imagen
gracias a una fusión de la Alcaldía de Medellín, la empresa privada y, por
supuesto, la Fundación Nuevo Periodismo.
En un marco
impecable, en el que se respira buen periodismo por doquier, se presentó este
miércoles en la mañana el premio que desde ahora se llamará Premio Gabriel
García Márquez de Periodismo y tendrá su sede en la capital de la Montaña. A la
cita acudieron representantes de todos los medios de comunicación del país y
docentes de periodismo de diversas Facultades de Comunicación quienes,
seguramente, sacarán el máximo provecho a la serie de coloquios sobre “el mejor
oficio del mundo”, muchos de ellos inspirados en Gabo y sus mitos y sus obras.
Hay que
reconocer que, desde que el avión pisó el aeropuerto de Ríonegro, saltaba a la
vista que El Premio, se había tomado la ciudad y los municipios adyacentes.
Pasacalles, avisos y publicidad en radio y prensa, anunciaban la cita que la
ciudad tenía con la palabra y el periodismo. Cita a la que por supuesto, no
podía faltar. Y acudí a ella, acompañado de mi colega y amigo John Acosta con
el auspicio de la Universidad Autónoma del Caribe, a sabiendas que más allá del
valor periodístico del evento, podría ser la oportunidad de “cazar” buenas
historias. Historias que no tardaron en llegar.
Maletas en mano
decidimos tomar un taxi que de San Diego nos llevara a nuestro sitio de
destino. Desprevenidos sacamos la mano a uno, aunque internamente rondaba por
nuestras mentes el temor de ser víctimas de “un paseo millonario”. Bien no
habíamos abierto la puerta del pequeño coche amarillo, cuando una mujer que
apareció quién sabe de dónde, se interpuso entre el taxi y nosotros.
-No vayan a
tomar ese taxi- nos dijo abriendo sus brazos dramáticamente mientras que el
chofer se asomaba intrigado por la ventanilla. Nos miramos
asombrados mientras que la mujer, que cruzaba sus hombros con dos coloridas
carteras, nos arrastró unos metros más allá hasta una estación formal de
servicio.
-Aquí están a
salvo—dijo la misteriosa señora- Esos de allá (prosiguió mientras señalaba con
sus labios a los taxis informales parqueados sobre la vía) son unos pillos.
De ahí en adelante,
fuimos literalmente atropellados por la cortesía de los paisas. Solícitos ante
cualquier duda y prestos a ayudar. El periplo había empezado bien. Esa noche,
víspera del inicio del evento, visitamos unos familiares que teníamos años no
veíamos. Imposible despreciar el aguardiente que celebraba el reencuentro y,
entre anécdotas, transcurrió la noche.
Puntuales, al
día siguiente, antes de las diez de la
mañana, estábamos en la Plaza de la Libertad, sitio escogido para la
instalación del evento y la presentación de los nominados. Uno de ellos, era
Marcela Turati, la excelente reportera y contadora de historias de la Revista
Proceso de México, quien, días antes, había embelesado a los 600 asistentes a
la Semana Internacional de las Comunicaciones en la Autónoma: no nos habíamos
equivocado. A nuestra Semana Internacional, habíamos llevado a los mejores.
Jaime Abello
Banfi, actual Director de la FNPI instaló la jornada, precedido del Alcalde de
Medellín Anibal Gaviria quien agradeció a la empresa privada su denodado apoyo
a un evento que pone a esta capital en el ojo de la cultura y el periodismo de
Iberoamérica. Luego de conocerse los nominados, tuvimos acceso a una verdadera
feria del libro sobre periodismo y comunicación. Mis ojos siguieron hipnotizados
los títulos de las obras de Jon Lee Anderson –sin duda el mejor reportero del
mundo—y decidí adquirir “El dictador, los demonios y otras crónicas” y reincidí
con otro del inigualable Gay Talese “El silencio del Héroe”, ambos, de seguro,
serán temas para mis clases de periodismo el próximo semestre.
Sintiendo el
llamado de la lectura nos refugiamos en la cómoda sala de prensa, adyacente a
un punto de degustación del café más exótico, exquisito y puro, que haya
probado en mi vida. Café de triple proceso, café de grano dulce, café helado,
café americano y el típico “tinto” fueron engullidos en un abrir y cerrar de
ojos. –Prepárate- me espetó jocoso John Acosta –Esta noche no creo que pegue el
ojo-
Pasaron las
horas y el tiempo lo dividimos entre la lectura de alguno de los capítulos de
los libros adquiridos, saludar a colegas de viejos tiempos y, por qué no,
empezar a escribir la primera crónica de este viaje a Medellín donde el buen
periodismo es la estrella principal. En medio del golpetear del teclado y teniendo
como fondo las verdes montañas que rodean a la capital antioqueña enmarcada en
unos límpidos ventanales futuristas, el rugido de mi estómago me recuerda que
van siendo las dos de la tarde y aún no hemos almorzado. ¿Qué comer? Pues
estando aquí, la mejor elección es la bandeja paisa. Y de postre, después de
las 3 de la tarde, degustar hasta el fondo los coloquios con los grandes
maestros: Jon Lee Anderson, Martín Caparrós, María Jimena Duzán,Daniel Sampér
Pizano, Mauricio Vargas, Rodrigo Pardo, Julio Villanueva Chang, Marcela Turati
y Marco Schwartz para rematar al filo de la noche, con los cuatro nombres de
los ganadores en el mismo número de categoría del codiciado premio, mientras
que jóvenes con deseos de aprender, veteranos curtidos en el oficio, docentes
en busca de nuevas estrategias de enseñanza del oficio y ansiosos nominados por
obtener el premio, sienten, como yo, que no están solos. El gran Gabo, sin
duda, está rondando cada rincón de la plaza y sus fotos, inmortales, están ahí
para recordárnoslo.
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