POR: ANUAR SAAD
¿De qué me disfrazaré? Dice el
estribillo de una popular canción carnavalera. Misma pregunta que muchos
barranquilleros intentan resolver haciendo uso de esa imaginación Caribe con
que Dios los premió y echando mano de los recursos que se tengan…sin gastar un
peso. En nuestro caso, sigo decidiendo entre varios personajes, temas o
instituciones, que quisiera representar en la Batalla de Flores y La Gran
Parada. Pido su ayuda, amigo lector, para que me oriente en la escogencia final.
Los personajes y temas candidatizados para representarlos en el Carnaval
–aprovechando la generosa decisión de la Alcaldesa de reversar el articulillo
puritano que lo impedía--, son:
ALEJANDRO ORDOÑEZ: Para
ello representaré a Tomás de Torquemada, un fraile católico de la inquisición
española, famoso por su crueldad y por su puritanismo extremo que blandía de
excusa para librarse de sus enemigos. Se consideraba él mismo, tal como lo hace
nuestro puritano Procurador Alejandro Ordoñez, como “el martillo de los herejes y
el salvador del país”. Acudiré al Padre Linero para que me preste una de sus
sotanas que ya no tenga en uso.
PSEUDOPERIODISTA CARIBEÑO: Para representar a este
raro espécimen, --afortunadamente para el periodismo costeño hay muy
pocos así— no tendré que invertir un solo peso, ni tampoco pedirle prestado
nada a nadie. El único sacrificio que debo hacer, es raparle la cocorra a mi viejo loro Kalimán y
maquillarle con colores vivos sus ya desgastadas y ajadas alas y vestirlo con un remedo de guayabera
amarilla de bolitas verdes de esas que venden en los agáchate de Miami. Lo
pasearía en su jaula en la que habría, además
del animal, (me refiero al loro, por supuesto) un micrófono. Durante
todo el desfile le murmuraría en voz baja lo que él repetiría como lo que es:
un loro viejo y obsoleto que ya no
aprende, ni da la pata.
PACHITO SANTOS: Para este disfraz tendría que estar ataviado de pantalones cortos,
cargar un ábaco y en la otra mano tener un cuaderno doble línea en el que
intentaré hacer las planas que un imaginario profesor me dicta: “Yo amo a
Alvaro” “Alvaro no me ama”. Haré un esfuerzo descomunal para intentar su cara
de bobo grande.
ALVARO URIBE: Unas viejas sábanas blancas y el follaje de lo que quedó de un
antiguo arreglo floral, me van a servir. La sábana me cubrirá del hombro hasta
debajo de las rodillas y, con el poco verde follaje, me haré una corona que
simulará un emperador en desgracia. Un cinturón dorado bastará para-armar el falso positivo de que ya
tengo un disfraz decente.
CAMARA DE COMERCIO: Aquí tengo que hacer gala de toda mi imaginación. ¿Será que si me
disfrazo de Alí Babá…se entenderá? ¿O habrá que incluir a los ladrones? Otra
forma de hacerlo, sería fabricar en icopor una réplica de una cueva maltrecha,
saqueada, oscura y, por qué no, para darle más realismo, podríamos incluir uno,
dos o tres ratoncillos. Estoy pensándolo.
COOMEVA: Sería, sin duda, el disfraz más sencillo. Me disfrazaría de
cadáver con un letrero colgado en el pecho que diría así: “Doctor, el Ibuprofeno y la amoxixilina no me hicieron efecto”. Y
otro cartel, más abajo, con la frase: “Perdón
por no llegar a la cita que me programaron para dentro de 3 meses con el
especialista. La muerte llegó primero”.
NICOLÁS MADURO: Esta es mi última ficha. Sacaría del desván unas orejas de burro
con que una tía profesora en los tiempos antiguos “condecoraba” al peor de la
clase. Desfilaría a lo largo de la vía 40 con un reproductor de cd,
amplificador y un parlante que repetirían los rebuznos y, al fondo, de repente,
se sentiría el trinar de un pajarillo espectral, como enviado del más allá.
Cada dos cuadras, repetiría a través de un megáfono, que Portugal y Venezuela
quedan en el mismo continente.
Ahora que ya sabe mi dilema,
dígame usted amigo lector… ¿de qué me disfrazo?
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