Por Anuar Saad S.

No cabe duda que el mundo ha cambiado su realidad gracias al ejercicio
del periodismo. Y este cambio no ha sido siempre para bien. Algunas veces esa
“evolución” del oficio ha generado resultados catastróficos, especialmente
cuando se piensa, como lo afirmó hace poco un reconocido abogado, que la ética
no tiene nada que ver con el ejercicio de la profesión. No sé cómo funcione ese
precepto en otras carreras, pero en periodismo, la ética es la vida misma del
oficio.
La eticidad está ligada estrechamente al devenir periodístico y el
efecto en la comunidad se mide desde la misma intencionalidad con que se creó
el mensaje. Desgraciadamente, las innovaciones electrónicas, digitales e
informáticas que hoy están a su servicio, son utilizadas más para ganar
audiencia o venta de ejemplares –en el caso de la televisión, la radio y la
prensa escrita– que para volver a la verdadera razón de ser del periodismo: el
bienestar colectivo por encima de lo particular.
Reduciendo el espectro geográfico, y enmarcando la profesión del
periodista en Colombia, por ejemplo, nos encontramos en nuestras propias
narices con un hecho que, aunque aparentemente insignificante, tiene una
relevancia que aún no ha sido realmente valorada: En los últimos 120 años,
muchos de los hombres que han ostentado el honor de ser presidente ejercieron
en algún momento de sus vidas el oficio periodístico, como dueños, directores
de periódicos, revistas o escribiendo sus editoriales.
Los medios tradicionales siguen ligados al poder. Y eso, por sí mismo,
no constituye un pecado. La familia Santos –linaje de Presidentes—es la socia
del diario El Tiempo y de un colectivo de periodismo escrito y televisivo; la
familia Gálvez maneja varios diarios del país gracias a su poder económico como
el de los Gómez en Medellín quienes, además, tienen poder político, parecido al
caso de las tres familias que manejan El Heraldo en Barranquilla. La
problemática real es cómo reaccionan los medios ante los factores externos e
internos que podrían modificar la importancia de una noticia en la que,
fácilmente, podría estar en juego múltiples intereses económicos y políticos de
la Casa Editorial. ¿Reacciona un medio igual si la noticia toca sus intereses?
Es por eso que el anuncio del portal informativo y de opinión La Silla
Vacía de poner en marcha un proyecto periodístico para la Costa que bautizaron
como La Silla Caribe, ha atraído la atención de todos, máxime cuándo La Silla
ha promulgado abiertamente su independencia de grupos políticos y económicos
para su sostenimiento, lo que le permite, sin duda, mayor independencia al
momento de encarar una investigación rigurosa de periodismo. Para ese proyecto,
La Silla Caribe ha buscado un aliado estratégico que de ninguna manera es ajeno
al periodismo: la Universidad Autónoma del Caribe, quien funge como
patrocinador principal del proyecto en el que, queda claro, no tendrá
injerencia en los contenidos del mismo. La Silla sigue con reconocida
independencia, a la vez que la Uniautónoma le apuesta a un proyecto en el que
se resguardan los preceptos éticos del oficio y se genera, desde su
independencia, un periodismo independiente, acucioso, interpretativo,
investigativo, que permite reconocer nuestra realidad.
En Colombia, como otros muchos países, el periodismo está estrechamente
ligado al poder y este nudo simbólico no ha dejado –hay que decirlo– cosas
provechosas al pueblo. ¿Razones? Pues hay varias: algunos dueños de medios
tienen pretensiones políticas que los lleva a tomar partido en el manejo de la
información. Unos, claro está, con mayor desatino que otros. Los medios, --especialmente
la televisión-- que ha crecido en tecnología en la última década, ha perdido
credibilidad dentro de la mente y el corazón de su público, que ve con espanto
cómo los shows comerciales son transmitidos con despliegues exagerados –los
famosos reality– mientras que se deja que se deja de lado la
realidad verdadera de un pueblo que se ahoga en su propia sangre y que cada vez
está más insatisfecho en sus necesidades básicas.
Es por eso que los portales que se dicen independientes y en efecto
hacen periodismo independiente, son un referente para los jóvenes estudiantes
de periodismo quienes deberán darse cuenta que ya no hace falta tener una mole
de millones de millones de pesos para ser dueño de un medio. Tres computadores
y un pequeño grupo de profesionales éticos, curiosos y trabajadores, podría ser
suficiente. Lo demás, lo decidirá la claridad de la redacción, la pertinencia
de las investigaciones y el cambiante gusto de los lectores y televidentes.