
Si bien es loable las adecuaciones de algunas calles y
avenidas, la pobre planeación histórica de Barranquilla (o más bien la falta total
de ella) hace que las políticas de inversión en la infraestructura vial sea más
compleja: urge el diseño y construcción de puentes sobre las vías infartadas y,
al hablar de puentes, hago referencia a los verdaderamente completos: con
orejas conectoras y con la altura suficiente para que cualquier automotor
circule por debajo de él.
Ante lo ambicioso que sería comprometerse ya con un proyecto
de adecuación en infraestructura vial que dé abasto a los carros que transitan
por nuestras calles –hoy mejoradas por los trabajos que emprendió la
Alcaldesa en distintos sectores—toca
recurrir a lo que ya ciudades, incluso pequeñas, han adoptado: imponer pico y
placa verdadero para carros particulares.
No es un capricho: el pico y placa para automotores
particulares en toda la ciudad es urgente y necesario. Barranquilla no tiene
amplias avenidas para contener ese caudal desmesurado de tráfico que aumenta
día a día.
La medida restrictiva tomada hace años para los taxis, no ha sido
eficaz. Necesita ser complementada con el sacrificio que todos los dueños de
vehículos debemos hacer: dejar el carro, un día, dentro de casa.
La medida, de ser aplicada, debería traer consigo un mejor rendimiento del transporte público y principalmente del Transmetro que aún no
ha sido suficientemente explotado ni ha solucionado en el porcentaje que se
esperaba el problema de transporte en la ciudad. Pero ante una Barranquilla
inmóvil, varada ya no solo en horas pico sino a cualquier momento, el Sistema
Integrado de Transporte de esta ciudad debe afrontar el reto de tener capacidad
de reacción y ser de utilidad para todos.
La ciudad, cacareada insistentemente como la capital del TLC,
como el Distrito de mayor desarrollo del país en los últimos años, como la
metrópolis que quiere seguir creciendo ahora de cara a su Río Magdalena, debe
ser capaz de tener una movilidad que permita comodidad y facilidades a quienes
por ella transitan. Recorrer Barranquilla debería ser un placer, un momento de
deleite en el que disfrutemos la manera como la ciudad ha ido cambiando, y no
un instrumento de tortura.
El mismo comercio debería agradecer la implementación de la
medida. Muchas veces preferimos quedarnos en casa, que “ir a la guerra”, allá
en la calle, donde esas máquinas humeantes y sobre ruedas se enredan unas con
otras como hormigas locas cargando migajas de pan dulce. Muchos no entendemos
porqué, si la movilidad (como la seguridad ciudadana) ha sido el lunar de las
últimas administraciones -- lo que viene a reforzar la tesis que es un problema
complejo--, nadie ha querido coger (perdóneme Don Chelo) “ese trompo en la
uña”.
Por ello, cuando en un avión o en un canal televisivo, nos
topamos con la propaganda que deja el mensaje de que “Barranquilla se mueve”…no deja de ser una ironía o una pincelada
de fino humor que el creativo quiso introducir en tan meritorio comercial.
Porque, literalmente, en sus calles Barranquilla no se mueve. Es un estrecho
sendero donde elefantes artríticos quieren llegar a su punto de destino.
Seguiremos a la espera, mientras se re-planifica la forma
estructural de hacer estas viejas y estrechas calles más accesibles, de que
quien vaya a dirigir en pocos meses los destinos de la ciudad, tenga como
prioridad imponer el pico y placa por lo menos por 12 horas diarias (de 7 a.m.
a 7 p.m.) para carros particulares y, de paso, frenar esa horda nuevamente
incontrolable del mototaxismo que, por la misma inmovilidad de la que hablo,
siguen haciendo su agosto.
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