Por Anuar Saad

Los colombianos son
conscientes que alcanzar una paz verdadera no iba a ser uno de esos asuntos
que, como cualquier “Hechizada”, se pudiera resolver con mover la nariz o
chasquear los dedos. Nadie en Colombia, que tenga un porcentaje decente de
sensatez, estaría ilusionado con un proceso de paz que, como un vestido hecho a
la medida, quede perfectamente ajustado al gusto de cada uno. No se conoce en
el mundo –por lo menos hasta hoy—un proceso perfecto. Pero, aunque parezca
increíble, muchos colombianos, que nacieron, crecieron y viven en uno de los
países con conductas, procesos y estrategias más imperfectas, desean que justo
aquí, obtengamos el proceso de paz que deje felices a todos.
No es un asunto de
ganadores y perdedores. No es soñar con 40 años de cárcel a los guerrilleros y
una reparación total, perfecta para todas y cada una de las víctimas. A esos
que aún reclaman penas estrictas a los subversivos, hay que recordarles, tal
como lo hizo el Presidente Santos en su alocución ante la Asamblea de las
Naciones Unidas, que la paz solo será posible en la medida en que se pueda
ceder. En la que se pueda perdonar. En la que se pueda reparar, en la que se pueda olvidar.
Y como eso lo saben todos,
adeptos y enemigos del proceso, estos últimos están echando mano de cuanta
estrategia existe para echar toda la leña más seca posible a un fuego que aún
no se apaga. Quieren incendiar los corazones y, a costa de seguir viviendo en
una guerra que nos ha dejado miles y miles de muertos por más de 50 años, no
construyen desde el perdón sino que reclaman venganza, disfrazada en su endeble
interpretación de “justicia”.
Es así como vemos a un ex
Presidente atizar el fuego enviando, en una sola noche, 96 twitter con
puñaladas al proceso. Un ex mandatario que aún no se da cuenta que ya no es
Presidente y que sigue negándose a cambiar el discurso de la guerra, sobre el
que ha cabalgado toda su carrera política. Es increíble que un Procurador
General de la Nación, hombre de costumbres y posturas cavernícolas y famoso por
su cariz ultraconservador, se burle de un proceso que ha sido respaldado por el
mundo entero, calificándolo de “comedia”, cuando es él, esa caricatura de
inquisidor reencarnada en el Gobierno, quien sufre su propia tragicomedia en
contra vía de la esperanza de los colombianos.
Seamos realistas: nadie
daba un peso por que el proceso siguiera avante en medio de los huracanes y las
verborreas ponzoñosas. A todos, de alguna manera, nos sorprendió el anuncio de
una firma de paz pronta. Pero no es la hora de excluir: aun para aquellos que
jamás se subieron al bus de la paz, la mano sigue extendida. Hay asientos
disponibles para que podamos ir juntos en este recorrido hacia la esperanza.
Es aleccionador ver como
víctimas de la guerrilla han manifestado públicamente perdón a los victimarios
y se acogen a una paz pronta. ¿Por qué, Senador Uribe, hay que seguir odiando?
¿Alimentar ese odio acaso resucitará a las víctimas? ¿No recuerda que, a pesar
de todo usted hizo un proceso de paz con los paras que, aunque a nadie
convenció, no tuvo los ataques perversos que este tiene?
Lo cierto es que con, o
sin los azuzadores contra el proceso, el bus de la Paz seguirá su marcha. Aún
le falta un largo y tortuoso camino por recorrer pero por allá se alcanza a
divisar que sí hay luz al final del túnel. Y también se alcanzan a escuchar
ecos lejanos. Ecos de aquellos que, a pesar de ser llamados a unirse a la paz,
solo quedaron para seguir ladrando.
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