Por Anuar
Saad

Barranquilla
es una ciudad caótica en movilización y seguridad. Transitar por sus calles se
constituye por sí mismo en “una hazaña”. Incultura de conductores sumado a las
poquísimas y obsoletas avenidas de una ciudad cuyos puentes (y mal hechos)
pueden contarse con los dedos de una mano. Pero el tema de mayor impacto
negativo y que mantiene aterrados a sus habitantes, son las muertes violentas
que ya no respetan condición social, género, edad o estrato económico. En
resumen, cualquiera de nosotros puede ser la próxima víctima.
Ayer la
ciudad se conmovió por el asesinato de un joven productor de Televisión que
trabajaba en el SENA. Departía con amigos en el Parque Olaya Herrera y, para
robarle el celular, fue asesinado. Casos como el de José David Montoya, de 25 años, suelen
repetirse en esta ciudad que, si bien es cierto destaca por su acelerado
desarrollo, repunte en construcción y mejora de sus indicadores económicos y
oportunidades laborales, se raja gravemente en seguridad ciudadana, dolencia
que también había sido sensible en la anterior administración.
Y es que no podemos sacar pecho por el
buen momento que vive Barranquilla cuando más de 300 hogares, en los últimos 9
meses, han estado de luto por un familiar que ha sido víctima del sicariato, el
atraco o la riña callejera. Los indicadores son preocupantes y las autoridades
lo saben. La Alcaldesa Elsa Noguera en repetidas ocasiones ha dado un necesario
jalón de oreja a los Comandantes de Policía de turno, por las muertes violentas
con que, cada lunes, amanece la ciudad.
Solo en los
primeros seis meses de este año, 200 murieron de manera violenta en
Barranquilla según se detalla en las estadísticas oficiales que indican que el
mayor número de homicidios se han cometido en los barrios El Bosque y La Luz y
que el sicariato, con 81 casos, causó el mayor número de víctimas.
Si bien el
2014 fue catalogado como un año violento por el número de muertes en el
Distrito, este año las cifras siguen creciendo negativamente: hay un incremento del 15% siendo las riñas, el
atraco callejero y a comercios y la violencia intrafamiliar, las de mayor
crecimiento.
Llama la atención que el atraco
callejero en el que la víctima termina muerta, aumentó un 42%, elevando
lógicamente la sensación de inseguridad que perciben los barranquilleros.
La reacción policial debe ser más
eficiente. Y con ello debe venir de la mano una mayor eficacia en los sistemas
de justicia que permitan procesar y condenar a esto horda de
atracadores-asesinos, que sigue por ahí haciendo de las suyas. A una semana de
elecciones los candidatos han coincidido con mejorar la seguridad, pero ya está
demostrado que con solicitar más pie de fuerza no es suficiente: hace falta
estrategia efectiva, redes de apoyo, patrullaje en los sitios de mayores
conflictos, para poder disminuir estos mortales indicadores.
Barranquilla ha absorbido mecanismos
terríficos de muertes. El desmembramiento, prácticamente desconocido en esta
ciudad, ha disparado las alertas por casos repetidos en los últimos meses. Las
riñas familiares y los altos índices de feminicidios, gritan por sí solos que
no es verdad aquello que “Barranquilla es una ciudad feliz”. No puede serlo
mientras, al momento que usted esté leyendo esta columna, un vecino, amigo,
familiar, conocido o simplemente un barranquillero cualquiera, cae muerto en
cualquier calle de la ciudad.
Entonces… ¿hasta cuándo?
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