Por Anuar Saad

Además, me consolaba, había que ser
solidario con los caseteros que cada vez más tienen que pelear con el
embravecido mar para rehacer sus casuchas. “Los conozco de toda la vida”,
suspiraba, recodando las tardes inolvidables que pasaba con mi padre en esas
mismas playas.
Era domingo y lo noté apenas empecé a
descender en el carro para entrar al “balneario”. Jóvenes ebrios se tomaban
literalmente la angosta calle sin importarles que los carros se les vinieran
encima. Pité tímidamente pero no pasó nada. Después de un par de minutos que se
me hicieron eternos, toqué tierra. Estaba peor que como lo recordaba: no había
arena sino fango; el mar se había robado la poca playa que antes existía y las
olas llegaban hasta las propias casetas de troncos y paja.
Me detuve en una caseta que tenía un nombre esperanzador: "El amigo". "Debe ser un estupendo servicio, pensé para dentro de mí. En pocos segundos, un solícito hombre se apareció de la
nada. -¿A la orden?- me preguntó con una sonrisa postiza de esas que hacen
recordar a un político en campaña.
-¿A cómo las mojarras?
-A 25 mil- me disparó sin siquiera
inmutarse.
No habíamos tomado asiento. Y menos
después del precio. ¿25 mil? Pregunté haciéndome el asombrado –Pero si acá al
lado me cobraban 17…- aventuré.
-Bueno, bueno- me replicó el otro
ahora extrañamente condescendiente. –Te la dejo en 18- Yo accedí.
Después de más de una hora de espera
se presentó el hombre cargando las tres mojarras y dos gaseosas. Le recordé que
debía traer tres vasos con hielo. –Enseguida- Me dijo, y 17 minutos después
trajo tres vasitos un poco más grande que un vaso de tinto con diminutas
partículas de hielo dentro de ellos.
El mar estaba más negro que nunca y
los remolinos daban pavor. Por allá unos “salvavidas” se desgañitaban gritando
y pitando advirtiendo a los bañistas que debían estar en la orilla.
De dos bocados consumimos los
minúsculos pescados. Cuando volví a ver al hombre de la caseta, casi 40 minutos
después, le pedí la cuenta. Ahí sí fue rápido. -75 mil barritas jefe-
¿75? Pregunté extrañado. –Son 54 los
tres pescados y seis las gaseosas…-
¿Y el hielo? ¿No va a meter el hielo
y el derecho al estadero? Quedé como Condorito. Por un momento pensé que era
una broma, pero la cara de aprendiz de sicario del tipo, me confirmó que estaba
cobrándome de verdad.
-Bueno, me va a tener que esperar un
momento mientras vuelvo—le anuncié.
¿Ajá y a dónde va?
“A la policía a denunciar un atraco”, dije y salí caminando con las manos en alto.
El tipo no lo podía creer. Se
despachó en insultos y después, de mala gana, murmuró: -Está bien, está bien, será
cobrarle 60-
Ya en el carro, y a punto de irme,
cuatro cachacos que estaban desenguayabándose en la caseta de al lado se me
acercaron para decirme casi en un susurro –Señor…ya nosotros le pagamos el
hielo y el derecho a la caseta…y eso que pedimos 5 platos—
-¡Denuncien!- les dije. Metros más
adelante, encontré a tres policías a quienes les comenté el abuso del casetero
en cuestión. Les dije que era periodista y ellos, muy serviciales, se
encogieron de hombros y siguieron su rumbo.
Ya no solo es en Cartagena y El
Rodadero donde inescrupulosos “asaltan” a desprevenidos turistas. Aquí mismo, a
12 minutos de Barranquilla, tenemos a nuestros propios asaltantes que siguen
allí, a la espera, para desplumar a ciudadanos que en mala hora eligen a Salgar
como destino para pasar un rato en la playa. O de lo que queda de ella.
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