Por ANUAR SAAD

Él, Defensor del Pueblo, con una carrera política
de muchos años, dice acongojado que su único pecado fue enamorarse. Ella, por
su parte, se mantiene firme en su declaración de que con Otálora nunca tuvo
relación alguna. Él dice que se enamoró perdidamente de ella y que no le ve
nada de malo a esas cosas en las que manda solo el corazón. Pero se le olvida
al Defensor, que un jefe (y menos en una empresa pública) puede cultivar
amoríos en su propia dependencia y seguir trabajando como si nada. Él,
entrevistado por distintos medios, se mantuvo inamovible en que “el amor fue mi
pecado”. Amor puro, dice, tan puro, que le envió a ella, a Astrid Helena la
bella, una selfie en la que demostró qué tan fuerte es su amor. Una foto en la
que trata de mostrar ese atributo oculto y a la que él, poderoso y cínico, no
le da importancia alguna. A fin y al cabo, sostiene, son “sus cosas
personales”.
Lo que se ha revelado en distintas conversaciones a través de su
wathsapp harían sonrojar a un mediocre director porno. Más que Defensor del
Pueblo, parecía delantero brasilero: ataca por todos los lados y le gusta picar
en punta. Merodea con inteligencia y busca cualquier boquete para poder anotar
un gol. Tan de malas él que por culpa de Astrid Helena, la bella, se metió fue
un autogol y, para remate, por lenguaje obsceno, fue merecedor de la tarjeta
roja.
Este caso que hace evocar el inolvidable cuento de
La Bella y la Bestia, nos recuerda que muchos funcionarios públicos jubilaron,
además de la ortografía, a la ética. Y, perdóneme señor Otálora, pero aquí el
amor no tiene la culpa. Si fuera “amor” no se revelarían conversaciones
similares –y hasta peores—como las que tuvo con su secretaria. Su burda forma
de “conquista” es una oda a la vulgaridad. ¿O usted cree que a esa otra funcionaria
a la que le confesó que quería “clavársela a su amiga” y le insta a que lo haga
“mejor con el dedo” sugiriéndole que piense que la están ”clavando rico”…puede
ser digno de su cargo? No señor Otálora. Eso no es amor. Es depravación qué,
además, se agrava porque es contra sus funcionarias a las que, de paso,
acosaba.
No sabremos con certeza si en verdad Astrid Helena,
la bella, tuvo o no una relación formal con Otálora. Pero sea cierto o no,
queda de manifiesto que la concepción que tiene el ex Defensor del amor es
totalmente desdibujado. El no mendigaba amor: exigía sexo. Dos cosas que,
aunque relacionadas, son totalmente distintas.
Lo más paradójico de esta telenovela que le quitó
la sintonía a los dramas “La última firma del Conflicto”, “El regreso de El
Niño, parte VII”, “La venganza del Zika” y “La comunidad del Anillo” es que él,
Otálora, era el Defensor. Se podría
imaginar que si así es el que nos defendía… ¿cómo será el que nos ataca?
¡Oh Dios! Y ahora… ¿quién podrá defendernos?
Esperemos el desenlace…después de unos comerciales.
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