Los
colombianos no solo somos felices: ¡Somos los más felices del mundo! Así que si
tiene alguna queja, pena o tristeza, tráguesela: el informe dice que usted es
feliz, y así debe ser. En la encuesta de Barómetro Global de Felicidad y
Esperanza se refleja la inmensa felicidad de los habitantes de Bogotá,
Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga quienes, en un 85 por ciento, manifestaron
“sentirse muy felices”.

De
hecho, la encuesta encierra en sí una clara contradicción. Por un lado nos
sitúa en el curubito de la felicidad mundial y, por otro, nos enrostra el rótulo de
pesimistas porque, esos mismos encuestados que manifestaron morirse de la dicha
y la felicidad, también se declararon pesimistas por el rumbo del país y por la
situación laboral y económica de este 2016. Pero no hay duda que como medida
para prevenir el infarto, resulta benéfico sentirnos felices a pesar de que el
mundo se derrumbe. Al fin y al cabo, la risa es el mejor remedio para la salud
y por eso hemos optado –por qué no—de reírnos de nosotros mismos.
Al
diablo con que haya un apagón por la crisis energética; al demonio el temor de
que se racione el agua por el fenómeno del Niño; qué importa que el IVA suba al
19% y nos rellenen con nuevos impuestos; qué carajo nos interesa que el dólar
esté hoy a tres mil doscientos pesos y que ya en las tiendas no se consiga el
pan de a 200. ¡Somos felices! ¿No oyó?
Pero
no puedo negar que leer los resultados sobre la felicidad de los
barranquilleros me produjo a mí también, felicidad. Por lo menos me refuerza la
sensación que siempre he tenido de mis coterráneos de que somos capaces de
gozarnos hasta nuestra propia tragedia. El barranquillero –y no necesito de una
encuesta para concluir eso- lleva la alegría en la sangre y el Carnaval no es
más que la oficialización de los otros 361 días de alegría, a pesar de que la
carne cada día –como diría Diomedes—se ve más en televisión y nos volvamos
expertos en “rodeo territorial”, o sea, bailar el indio. ¿Acaso usted nunca le
ha dado la vuelta a la manzana para no pasar por la tienda del cachaco de la
esquina (él no barranquillero, pero también feliz) al que le debemos ya, según
el credi-marlboro que tenemos, la mitad del sueldo?
¡Seamos
felices, así sea por mandato! Al fin y al cabo ya no necesitamos visa para
recorrer Europa. Solo necesitamos certificar 100 euros diarios de nuestra
estadía…pero eso es “un problemita menor”. Y al fin, después de casi 60 años,
vamos a tener paz ¿les parece poco? Qué importa que para ello se creen más
impuestos para mantener el posconflicto. Los vehículos, los electrodomésticos y
los pasajes aéreos y muchos alimentos, incrementaron su precio en más del 40
por ciento. ¿Y qué nos importa? Tener carro, cambiar de televisor o de nevera,
pretender viajar y comer cosas raras son gastos innecesarios. Recordemos que la
felicidad debe estar por encima de todo.
Somos más felices que los holandeses,
los italianos, los franceses, los norteamericanos, los ingleses, los
canadienses y los alemanes. Los países que se nos acercan en estado de
felicidad son Fiyi y Arabia Saudita con 82 %, Azerbaiyán
con 81 %, Vietnam con 80 % y Argentina con un79 % de personas que afirmaron ser
felices.
Sin
embargo, somos más pesimistas que el promedio mundial y allí, precisamente, se
esconde nuestro secreto: ser feliz en medio de un país que le apunta a la
perfección no tiene gracia alguna. Serlo, en medio de conflictos, corrupción,
atentados, ineficiencia, burocracia, desidia y pobreza, tiene todos los
méritos. Así que, por favor ¡sonría! No hagamos quedar mal a Barómetro Global…
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