
voy a contarle lo que a mí me pasó
oigan señores, presten mucha atención
esto sí que es algo serio, esto es algo supermalo
pero esta camarón… lo que me sucedió
Henry Fiol.
Por ANUAR SAAD
La historia, que muchos pensarán sacada de la
imaginación, es una prueba más de que el realismo mágico sigue viviendo en cada rincón de la ciudad, del Caribe y de Colombia. Lo que
revalida, cada vez más, que la realidad
supera la ficción.
Él lo había estado planeando con detalle toda
la semana. Su informante había asegurado que siempre, desde las 7 de la mañana
hasta que empezaba la noche, solo estaban las dos mujeres: madre e hija. Como
quien dice, el plato estaba servido.
Era mitad de semana y la cuadra mostraba los
signos de la ebullición del medio día. Una prestigiosa clínica atraía como
moscas a vendedores ambulantes y rebuscadores profesionales que aprovechaban la
angustia de los familiares de los
enfermos para hacer su agosto.
Nadie sabe cómo se pudo colar en el pequeño
edificio vecino al centro médico. Lo cierto es que, cuando la dueña de casa
quiso reaccionar, él estaba adentro blandiendo un arma con silenciador. En un
santiamén las ató de piernas y manos, las amordazó y, ya con madre e hija fuera de su camino, empezó a recorrer el apartamento y robar a sus anchas lo que
consideraba de valor.
Abrió la nevera, se refrescó con un frutiño
de fresa que la dueña había preparado para el almuerzo y, complacido, cerró la
puerta tras él y salió como si nada, como Pedro por su casa.
Le dio tiempo para comprar algún tentempié porque,
tenía que reconocerlo, su trabajo le daba fatiga. “Debe ser el estrés”, pensó, mientras se acomodaba su arma de uso
privativo entre la pretina del pantalón.
Miró el reloj y se acordó que tenía que
llegar por la Murillo donde lo estaban esperando. Frente a él, nueve taxis
–siete zapaticos y dos modelos viejos grandes y cómodos—estaban parqueados
esperando clientes.
Tomó uno al azar y le dio la dirección de
destino, casi por el centro de la ciudad. Mientras tanto, en el apartamento, la
señora había logrado zafarse de las ataduras y luego de liberar a su hija
corrió desesperada hacía el teléfono y llamó por celular a su marido.
Cuando timbró el teléfono su marido, a esa
hora, como siempre de lunes a sábado, estaba trabajando. Y en plena acción,
contestó el teléfono.
–Ajá mija…te he dicho que no me
llames a estas horas que estoy trabajando—le dijo el marido.
-¡Ay amor…me acaban de atracar!- oyó el hombre a través del aparato. Se
notaba la voz llorosa y angustiada de su mujer.
El semáforo cambió a rojo y el esposo, que
manejaba un taxi zapatico, solo atinó a preguntarle --¿Y cómo era el tipo?-
-Alto,
bien parecido, con una camiseta verde, gorra negra y un piercing en su oreja
derecha- El semáforo iba a cambiar a verde cuando el taxista miró por el
retrovisor. Ahí estaba él: alto, simpático, con una camiseta verde Nike, la
gorra negra a medio lado y el piercing brillándole en la oreja derecha. ¡Era el
tipo que había recogido cinco minutos antes en la puerta de la Clínica a pocos metros de
su apartamento! ¡Tenía al asaltante de su esposa como pasajero en el asiento
trasero!
El hombre aceleró y después de unos minutos
le dijo al pasajero, bajándole el volumen a la radio, que iba a desviarse
porque “con ese poco de obras que está
haciendo la Alcaldía eso por allá está
cerrado”. A pocas cuadras se detuvo, se bajó del auto y, frente a un CAI, pidió auxilio. El ratero,
sin salir de su asombro, fue detenido y en su poder encontraron el producto del
hurto y una pistola de uso privativo.
Pero su mala suerte no paró ahí. Pasó a órdenes de un Fiscal, justo aquel con la
fama de ser el más severo quien fue el que lo recibió con voz de ogro y, en menos de
media hora, lo dejó a disposición de un juez. Su abogado de oficio, novato e
inexperto, dijo que su cliente se allanaba a los cargos pretendiendo con ello
que le rebajaran la mitad de la condena. Lo que no contaba, ni el abogado ni su
defendido, era que para los delitos en
flagrancia solo se rebaja el 12 por ciento de la condena si se allanan a los
cargos. Hacía falta pedir un acuerdo para reducción de penas. Y ese acuerdo
nunca lo pidió la defensa.
–Le van
a caer como 23 años al hombre- me dijo un amigo de la rama judicial que
conoce el caso. -Hurto calificado
agravado, y porte ilegal de armas de uso privativo de las Fuerzas Militares.
Qué de malas. Estuvo mal asesorado. No joda, ese man es tan de malas, que ya en
los pasillos de los juzgados le dicen “El Salao”-
El asaltante
en cuestión, de apellidos Ospina Pérez, iguales a los del expresidente
de Colombia, seguro no tiene idea que ese mandatario era reconocido por el uso
de frases célebres que disparaba cada vez que intentaba salir de un apuro
político. Una de ellas, le cae como anillo al dedo a nuestro tristemente
célebre y salado protagonista:
“¿Qué culpa tiene la estaca si el sapo salta
y se ensarta?
¡Magistral!
ResponderEliminarExcelente, como todo lo que escribes amigo.
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