Por Anuar Saad
Al filo de
las cinco de la tarde del pasado 25 de febrero una trombosis arterial estuvo a
punto de matarme. De no ser por la rápida y eficiente atención del Bienestar
Universitario de la Uniautónoma y de la toma de decisiones de los colegas que
me acompañaron en mi peregrinar por las clínicas, hoy no estuviera escribiendo
esta columna. La única forma de ser atendido en la Clínica Asunción fue
pagando, a pesar de estar afiliado a Coomeva E.P.S y cotizando mensualmente en
ella casi 250 mil pesos en los últimos 12 años. El susto me costó más de 15
millones de pesos porque, como ya es sabido por toda la comunidad, ninguna
clínica en Barranquilla quiere recibir a pacientes de Coomeva ya que esa
entidad debe miles de millones a sus prestadores de servicios.
Es el único
caso en el mundo en que una persona abona considerables mensualidades de dinero
a una empresa, para que lo maten. Es así de simple: cotizar en Coomeva, es ir
fabricando una alcancía para pagar por tu propia muerte. Esa empresa no tiene
un código de decencia ni mucho menos de ética. Y la Superitendencia de Salud y
el Ministerio se hacen los de la vista gorda tal vez porque algún Senador de la
República es socio, o tiene intereses en Coomeva. ¿Por qué si hay una premisa
de que un servicio que no se recibe no debe ser pagado, esta EPS sigue
recaudando deshonestamente los aportes a la Salud cuando no receta ni un
mejoral?
El reciente caso
del colega Walter Bernett, periodista de gran trayectoria y docente de la Uniautónoma quien en
estado crítico fue sometido al “paseo de
la muerte”, es la tapa de la olla. ¿Por qué no fue atendido en alguna clínica
de la ciudad? Porque Walter, como yo, teníamos el estigma de estar afiliados a
Coomeva. Algo peor que la “letra escarlata” en la Europa Medieval. Y es así
como Walter --y otros 12 pacientes--, han terminado en el Hospital de
Barranquilla, único lugar donde reciben a los que están en Coomeva, especímenes
indeseables, que ningún centro asistencial quiere tener.
Los
colombianos, especialmente los habitantes de la Costa Caribe, estamos cansados
de que sean desconocidos nuestros derechos. Entre Coomeva y Electricaribe
(entre el cáncer y el Sida como diría la periodista española Salud Hernández)
estamos en un callejón sin salida. Si no estamos enfermos, estamos sin luz o
con los electrodomésticos quemados. Por este mismo medio han sido repetidas las
denuncias públicas contra Coomeva. Lo que nadie entiende es por qué el Gobierno
no interviene y sanciona a este grupo criminal quien, a pesar de recibir
puntual sus aportes, no solo no presta el servicio, sino que, además, coadyuva
para que sus pacientes mueran más temprano.
Bien lo dijo
un amigo cuando pasó por una sede de Coomeva que estaba siendo refaccionada.
–No entiendo por qué tanta maricada para remodelar más sedes —me dijo entre
preocupado y burlón-- si Lo que Coomeva debe abrir con prontitud es una planta
crematoria. ¿Cuántos
muertos más debemos poner para que el Ministerio de Salud, la Superintendencia
del ramo y todas las autoridades locales y departamentales pertinentes le
pongan coto a esta plaga que, como la peste negra, está mermando a nuestra
sociedad?
Si usted
todavía está en Coomeva y está sentado frente a su computador leyendo este
artículo, vuele a donde su asesor de EPS y cámbiese. No vaya a ser que mi
próxima columna lo sorprenda en una ambulancia, haciendo como muchos, el paseo
de la muerte.
Comentarios
Publicar un comentario
Comente aquí