Por Anuar Saad

No hay registros en el mundo sobre un acuerdo de paz “perfecto”. Todos
han sido posibles desde la conciliación y el perdón cediendo ante las
pretensiones mutuas. Anteponiendo el bienestar común (en este caso el de 45
millones de colombianos) sobre los intereses de unos pocos. La paz significa un
camino de sacrificios. Pero nos da esperanzas de que los horrores vividos y
cometidos en la guerra por todos los actores, no tengan espacio ni causa para
repetirse.
No es un asunto de ganadores y perdedores. No es soñar con 20 años de
cárcel a los guerrilleros y una reparación total y perfecta para todas y cada
una de las víctimas. A esos que aún reclaman penas estrictas a los subversivos,
hay que recordarles, tal como lo hizo el Presidente Santos, que la paz solo
será posible en la medida en que se pueda ceder. En la que se pueda perdonar.
En la que se pueda reparar, en la que se pueda olvidar.
El mundo se paralizó esta semana ante el anuncio de un acuerdo
definitivo que llevará, en seis meses, a una dejación de armas total por parte
del grupo armado que tendrá 22 veredas como sitios de reclusión en los que
pagarán sus penas pactadas en el proceso de justicia y paz.
Pero a pesar de aproximarnos a una paz esquiva por más de medio siglo, el
odio visceral y personal del expresidente Uribe contra su exministro de Defensa
y hoy Presidente de la República, Juan Manuel Santos, ha desbordado hasta a los
mismos uribistas. Y es así que, mientras el mundo celebraba la paz de un país azotado
por una guerra de 52 años; de más de 400 mil muertos y 8 millones de víctimas,
él, envuelto en un egoísmo dañino y ciego, trataba de figurar en los últimos
estertores de un discurso que le dio vida política: el discurso de la guerra.
El discurso de la muerte.
Un discurso que la Senadora Claudia López enfrentó en vivo y en directo
desde los propios estudios del Canal RCN, oponiéndose a la propaganda contra el
proceso y oponiéndose también a fungir ella misma como “figura decorativa para
hacer ver que el noticiero recogía todas las opiniones”. Y es así que mientras en muchas casas se derramaban
lágrimas de felicidad y víctimas del conflicto agradecían el principio del fin
de éste para que nadie más pudiera vivir los horrores que ellos vivieron, los incendiarios
se refugiaban en las entrañas de un medio de comunicación nacional
descalificando las bondades de la paz e insistiendo en una peligrosa
desobediencia civil.
Las redes sociales, esas mismas que el poder no puede acallar, han hecho
eco a través de estados de Facebook o memes irónicos que retratan el difícil momento
del uribismo, partido que, sin guerra a la vista, pierde su esencia e ideología
política.
En medio de este proceso de paz los colombianos hemos tenido que
soportar que el Procurador General de la Nación, hombre de costumbres y
posturas cavernícolas, y famoso por su cariz ultraconservador, no solo reste
importancia a lo que se ha conseguido sino que pretende deslegitimar lo que
ningún otro gobierno en más de medio siglo había podido: pactar la paz y acabar
con gran parte de nuestro conflicto armado.
Es aleccionador ver como víctimas de la guerrilla han manifestado
públicamente perdón a los victimarios y se acogen a una paz pronta. ¿Por qué,
Senador Uribe, hay que seguir odiando? ¿Alimentar ese odio acaso resucitará a
las víctimas? ¿No recuerda que, a pesar de todo, usted hizo un proceso de paz
con los paras que, aunque a nadie convenció, no tuvo los ataques perversos que
este tiene?
Es irrefutable que con o sin los
azuzadores profesionales contra el proceso, el rumbo hacia la paz duradera sigue su curso. Y aunque
aún hay que afinar mecanismos que garanticen la reinserción y la reparación,
entre otros tantos aspectos, se alcanza
a divisar que, a pesar de todo, sí hay
luz al final del túnel. Un túnel que, en cambio, se torna oscuro y amenazante
para aquellos que, como Uribe, se acostumbraron a vivir del cruento discurso de
la guerra.
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