Por Anuar Saad
Y se firmó la paz en Cartagena. Ahí estaban: todos de blanco alrededor
de unas murallas de más de 500 años y que ahora, además, encierran otra
historia. Una no de conquista y colonización salvaje, sino una de paz y
esperanza.

Mientras tanto, ahí mismo en La Heroica, un expresidente huérfano de
poder, presagiando su ruina trataba de movilizar a una masa inconforme por el
Acuerdo haciendo proselitismo salvaje por el voto del No y twitteando estados
beligerantes incitadores de violencia Y
así, mientras los fusiles callan, la
guerra se trasladó a las redes sociales. Y, por el otro lado, tratando de
justificar el Sí, caemos en ese mismo juego advenedizo y peligroso, de responder
con intolerancia.
Todos, sin excepción, vivimos sumergidos en esa otra realidad. Esa,
moderna y confortable, de la que soy dueño. Pues mientras yo pertenezco a la
sociedad, la Red me pertenece a mí. Y es así, porque en “mi red” yo invito a los que quiero; ignoro a los otros que pueden
ser incómodos; elimino a los que me dé la gana y comparto esos estados con
aquellos que, de seguro, me dará un like y, por qué no, un corazón que
denote que “me encanta”.
Desconocen estos cibernautas que, como lo repitió Zygmunt Bauman
recientemente, el verdadero diálogo es el que se tiene con las personas que no
piensan lo mismo que uno. Lo otro, esas conversaciones con aquellos que por
interés o convicción dicen aceptar lo que tú piensas y piensan igual que tú,
más que un diálogo, es una fiesta de egos.
Hay que entender que todo no puede ser del
gusto de los lectores y debemos estar abiertos a la discusión con argumentos.
Esa que se construye sin insultos y sin pasiones. Así que si usted es de los
que quiere publicar en la red y que los lectores al unísono le den "me
gusta" a todo lo que publique, mejor no escriba ni mu. A no ser que
creamos, por aquello de la hoguera de las vanidades, que somos los dueños de la
verdad absoluta.
La sociedad ya no necesita más ciudadanos de mentiras. Nuestra ciudad,
la región y el país, quiere gente de verdad, con acciones de verdad que sean
propositivas para el desarrollo y el cambio social. Las redes deberían servir para
visualizar esas verdaderas acciones no necesariamente ejecutadas por los
llamados líderes (o políticos, como quieran decirles), sino por la gente como
uno que es capaz de hacer esas pequeñas cosas que pueden cambiar ese entorno y
que, de alguna manera, ayudan a construir una realidad menos dramática y
perversa.
Nunca se imaginó el Presidente Santos que, al querer dar más peso democrático al proceso de paz, permitiendo un plebiscito en el que la sociedad eligiera entre el sí y el no, iba hacer que parte de esa misma violencia que se pretende acabar, generara en las redes sociales otra clase de violencia no menos peligrosa: la de la intolerancia; la de la oda a los insultos y aquella que pretende, sin argumentos, deslegitimar al otro.
Con el suceso histórico de la firma del acuerdo de La Habana y el próximo plebiscito por el Sí o el No para la refrendación de esos acuerdos, la guerra parece haber mutado: hoy ya no suenan los fusiles en las veredas, el campo, los pueblos y ciudades. Hoy las metrallas tienen formas de palabra y bombardean todos los recursos de las redes sociales, desde el facebook hasta el twitter. Una guerra sin cuartel azuzada desde su trinchera por un expresidente que ya ve cómo sus argumentos han sido destruidos y quiere generar odio e intriga para cazar desprevenidos adeptos.
Con el suceso histórico de la firma del acuerdo de La Habana y el próximo plebiscito por el Sí o el No para la refrendación de esos acuerdos, la guerra parece haber mutado: hoy ya no suenan los fusiles en las veredas, el campo, los pueblos y ciudades. Hoy las metrallas tienen formas de palabra y bombardean todos los recursos de las redes sociales, desde el facebook hasta el twitter. Una guerra sin cuartel azuzada desde su trinchera por un expresidente que ya ve cómo sus argumentos han sido destruidos y quiere generar odio e intriga para cazar desprevenidos adeptos.
Una guerra de estados que nos lleva a repensar si la firma del proceso
de paz podrá acabar con tanta violencia, esa misma que se vuelve explícita solo
con ingresar a Internet. Para una verdadera paz en Colombia no solo debemos
silenciar los fusiles y deponer las armas letales: para lograr una sociedad en
paz debemos, obligatoriamente, desarmar también nuestros corazones.
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