
Por Anuar Saad
En los últimos años he leído casos que erizan la piel sobre
padres que maltratan a sus hijos de formas inimaginables. He conocido noticias reseñadas
por la prensa en distintos lugares del mundo --y Colombia no ha sido la
excepción-- difíciles de olvidar. Todas cargadas de distintos detonantes: intolerancia,
adicciones, perversión, locura, odios, sexo y venganza, entre una larga lista
de motivaciones que van acompañadas de truculentos modus operandi. Llama la atención que muy pocos casos involucren a
madre y/o padre soltero y que ninguno sea atribuido a una pareja homosexual.
Estos protagonistas del horror son, en su mayoría, parejas
heterosexuales. Muchos de ellos, casados formalmente por algún ritual religioso
que incluye, por supuesto, a la iglesia católica y la evangélica. No hace falta
convertirse en una especie de Sherlock Holmes para descubrir que hijos
adoptados por parejas del mismo sexo no solo no se forman homosexuales, sino
que tienen una niñez y adolescencia feliz. Por otro lado, estigmatizar a los solteros
(o separados) como no confiables para adoptar a un menor, es simplemente una
aberración. Un horror de horrores que un puñado de congresistas de mente
enferma, pensamiento retrógrado y abanderado de una doble moral, quieren “legitimizar”
a costa de un referendo que pretende quitarle derechos, no solo a las parejas
del mismo sexo, sino a ese 47% de la población conformada por solteros o
separados. Es como pensar que el profesor Jorge Peñaloza, --por poner un
ejemplo de la vida real-- un soltero de 55 años, persona ejemplar, profesional
digno y ético, no puede adoptar por el solo hecho de no ser casado.
No le extraña a nadie que la Senadora Vivan Morales, una ultraconservadora
infiltrada en las toldas liberales, junto a su polémico esposo, Carlos Alonso
Lucio, sean los abanderados de tal adefesio. Morales y Lucio han recogido las
banderas inquisidoras del ex Procurador Ordoñez y parecen decididos a imponer –por
las buenas o por “las malas”- condiciones excluyentes y no contempladas en la
Constitución colombiana para poder acceder al beneficio de adoptar un hijo.
Tengo amigos solteros, como el profesor Peñaloza, que son un público ejemplo de idoneidad,
responsabilidad, moral, ética y honestidad. Y otros, separados hace muchos años,
que criaron solos a sus hijos formándolos como hombres y mujeres probos y
exitosos. Tengo amigos homosexuales todos dueños de una gran sensibilidad, un
inmejorable don de gente; honestos a toda prueba y con marcados valores que los
hacen a todas luces buenas personas. Así mismo, soy amigo de muchas parejas heterosexuales
que tienen hijos hermosos y a quienes han dado una educación y valores únicos.
Es por eso, Senadora Morales, que su tesis estigmatizante es nefasta. No es la
condición sexual ni el estado civil lo que hace buenos o malos padres a una
persona. Son los valores que lleva en sí esa persona lo que lo hace idóneo.
Decir que un soltero no está capacitado para adoptar, es una tesis tan estúpida
como la que esgrimían los racistas en EU sobre que ser negro, era igual a ser
delincuente.
Aunque usted aún no lo haya descubierto, la humanidad ha
avanzado más allá del matrimonio formal. Y aunque usted no se percate, Senadora
Morales, ya estamos en el Siglo XXI y los niños, cada vez más, son conscientes
a menor edad, de lo bueno y lo malo. Así como es absurdo que una cartilla
convierta por arte de magia en gay a un niño, es impensable, por decir lo
menos, que ser adoptado por una pareja homosexual te haga uno de ellos o que
las niñas que se críen sin su padre terminen siendo “sexualmente precoces” como
afirma Lucio.
El concepto de familia no puede ser legislado bajo una óptica
primitivamente religiosa o conceptual. Cada familia es una representación de la
diversidad. Diversidad que recorre lo cultural, lo social, lo espiritual y lo
económico. Es imposible atreverse a pre-fabricar un modelo perfecto de la
célula familiar, y mucho menos, tratar de imponerlo a pupitrazos como suele
pasar con todo en este país.
Ya se sabe que es una obligación de Estado darle garantía a los
menores que por algún motivo (ya sea orfandad o haber sido separado de sus
padres por maltrato) para que puedan ser insertados en un hogar. Un hogar donde
los valores, el amor, el compromiso y la
responsabilidad estén presentes. Y esos valores de los que hemos venido
hablando no son exclusivos de las parejas heterosexuales. Los tienen los
solteros, los separados y los gay. Creer que la única familia que el Estado
deba reconocer es la que está avalada por alguna clase de Iglesia, es legitimar
la exclusión, la discriminación y la agresión contra una minoría que, como
todos los demás, tienen los mismos derechos.
Nadie tiene potestad de coartar el derecho a adultos responsables
de ser padres y a los niños de tener un
hogar. Mucho menos tratando de enjuiciar moralmente a los que son diferentes a
ellos, sin percatarse estos honorables Senadores, que aunque heterosexuales, sus
actos públicos no son, precisamente, un dechado de moral. Así mismo como su condición
sexual y civil no avala que sean buenos Senadores, ser parte de la diversidad
no deslegitima a nadie.
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