Por Anuar Saad

Hoy el Sí y el No están de moda.
Ambos son protagonistas de un plebiscito convocado por el Gobierno para que el
pueblo avale o no el proceso de paz. Pocos en el país son ajenos a este tira y
jala que decidirá la suerte de los colombianos en materia de convivencia,
calidad de vida, seguridad y orden público. Todos saben, para bien o para mal,
que el próximo 2 de octubre podrán llegar a las urnas y depositar el voto. Solo
que esta vez, en lugar de los mismos con las mismas en el tarjetón electoral, solo
dos “candidatos” estarán ahí, sin
rostro, identificados únicamente con dos letras cada uno. El Sí, como candidato
del Gobierno que apoya el proceso de paz, y No, como su adversario único que
negaría la posibilidad de que se ejecutara el acuerdo.
Ya se dijo que casi todo el país sabe que va a pasar el 2 de octubre.
Pero lo que pocos saben son las razones para votar por el Sí o por el No. Y
mucho menos se sabe con claridad, cuál es la intención de votos en el país
porque, hasta la primera semana de septiembre, a menos de un mes del día D, lo
que va ganando es la desinformación.
Más allá de una lucha entre el sí y el no, estamos presenciando una
guerra de encuestas. Si hoy en la mañana el “sí” ganaba, por la tarde, en otra
encuesta, el “no” lo hacía. Unas daban diferencias mínimas. Otras, palizas
verdaderas. ¿A quién creerle? Es el resultado de lo que se está viviendo entre
los dos bandos. Y qué paradoja: mientras
en los pueblos y veredas antes azotados por la violencia guerrillera
ahora se reporta paz absoluta, esa violencia se tomó las plazas públicas,
auditorios, calles, salones y micrófonos y columnas de prensa.
Si bien cada cual es libre de votar como quiera, no se compadece las
estrategias uribistas para enlodar todo lo conquistado en más de cuatro años de
serias negociaciones. Negociaciones que, en realidad, han sido las únicas que
han avanzado positivamente con las Farc ya que, los que hoy se oponen
abiertamente al sí, trataron infructuosamente de acercarse al grupo guerrillero
y lograr un acuerdo de paz. Está aún fresca en la retina de todos los
colombianos la famosa “silla vacía” que Tirofijo le dejó a Pastrana después que
este le había cedido a las Farc un pedazo del país como “zonas de distensión”.
Y por el lado de Uribe, a quien últimamente su amnesia selectiva lo agobia cada
día más, no recuerda como jugó sin éxito todas sus cartas para acercarse a las
Farc y empezar conversaciones de paz.
Pero como todo en política, los logros de “mis adversarios” se toman como
“fracasos propios”. Azuzados por un lado por un procurador (hoy, a Dios
gracias, exProcurador) cavernícola que se opone a todo lo que suene a
democracia, tolerancia, respeto a la diversidad, perdón y reconciliación y
rematando con una dupla impensada de Uribe-Pastrana, el NO recorre el país con
un tácito espíritu de continuar la guerra. De que los hijos del pueblo sigan poniendo los muertos
y, los de ellos, enriqueciéndose a costa del Estado. Y ante la cacareada frase de
Uribe de pedir “ar-gu-men-tos” cada vez que salía abucheado de los recintos
universitarios, en su última presentación pública un joven líder en
Buenaventura, con argumentos claros y contundentes criticó
al expresidente Álvaro Uribe. Con
vehemencia e indignación, Leonard Rentería criticó al Senador afirmando que está dispuesto a darle la
mano a los victimarios, si es necesario, para que no haya más muertos.
Votar por el Sí es ir más allá de
ser o no partidario de Juan Manuel Santos y de su Gobierno. El Sí es una
esperanza para la vida. Es la puerta de entrada para construir un país en paz.
Por ello, es loable el esfuerzo de todos los sectores que le están apostando al
Sí. En la Academia, por ejemplo, la Universidad Autónoma del Caribe --la universidad que más le apuesta a la paz
en la Región Caribe—abrió un espacio de debate con todos los líderes de los
partidos políticos para que se conozcan sus criterios sobre el Plebiscito. Y,
en estos día, el gran Foro de “Pensando el Siglo XXI” que tuvo, entre otros,
como invitadas especiales a las dos Nobeles de paz: Rigoberta Menchu y Jody
Williams, ambas apoyando el proceso de Colombia.
Desde todo punto de vista es preferible mil veces una paz imperfecta, que
continuar en perfecta guerra contra las Farc. La primera opción, aún con los
sapos que hay que tragar y reconociendo que no es el ideal de acuerdo de paz
con el que soñamos, le ahorrará ríos de
sangre a un país que debe ser capaz de perdonar. A un país que debe empezar a
demostrar que después de 52 años, una convivencia en paz sí es posible.
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