Por Anuar Saad
La pregunta podía
sonar, por lo obvia, estúpida. ¿Qué clase de persona sería capaz de votar
contra la paz? Las encuestas nos daban esperanzas. El país, a pesar de todo,
según esos resultados, tenía más sensatez. Por casi 40 puntos porcentuales,
advertían que queríamos la paz. Pero hasta los médicos se mueren, como decía mi
abuela y las encuestas se fueron al cesto de la basura: ganó el No.
El resultado –por su
diferencia—independiente de quién haya ganado, dejó al país fracturado.
Resquebrajado en lo profundo. Con una cicatriz del tamaño del Gran Cañón, que
no será fácil curar. La polarización, nacida de las entrañas de los que
propugnábamos el Sí o el No, fue inevitable. Tal vez, el arrebato de
patriotismo democrático de Juan Manuel Santos, lo precipitó a ese abismo en que
hoy está. Convocar al Plebiscito (nada lo obligaba) fue sin duda un gesto de
grandeza que terminaría de blindar el Acuerdo de Paz. Pero existía la
posibilidad –pequeñísima según las encuestas—de que el No saliera airoso llevándose
así el poco capital político que aún le quedaban al Presidente. Y no solo acabó
políticamente con él, sino que el mismo plebiscito polarizó al país desgastándolo
en una guerra librada en las redes sociales.
Un día después de la
derrota, esa que sufrimos todos los que queríamos la paz, hay lecciones
aprendidas y, seguro, otras por aprender. “Dormir con el enemigo” nunca ha sido
aconsejable. Sin duda el Vicepresidente Germán Vargas Lleras no fue de mucha
ayuda. Apoyaba el sí por compromiso, pero con el corazón en el No. Se le notaba
de lejos.
Igualmente fue iluso
pensar que el país votaría por convicción. Las estupideces que se alcanzaron a
decir sobre la toma del poder por “castrochavistas”; “que el país ahora era de
las Farc” y que “Timochenco sería el próximo Presidente”, alcanzó a permear
gran parte de esa masa que en verdad no sabía ni qué diablos era el Acuerdo de
Paz. La falta de cultura política quedó evidente. La desinformación, la
negligencia de la juventud que no se movilizó, el triunfalismo excesivo
entronizado en la Casa de Nariño, la apatía vergonzosa de la Costa Caribe y la sed de venganza y el
odio en muchos corazones, dieron al traste con un sueño esquivo por más de
medio siglo.
Bojayá, Caloto
Cajibío, Miraflores, Barbacoas, San Vicente del Caguán, Apartadó, Mitú,
Macarena, Puerto Asís, Toribío, Turbo y Tumaco, entre otras zonas azotadas por
la violencia, arrasaron con el Sí. Es
decir, los que sufrieron en carne propia la violencia, no los que la vieron desde la comodidad de sus televisores
y que pelean la guerra con hijos ajenos, dijeron Sí a la paz. ¿Cómo interpretar
que en todas las zonas donde se perpetraron las peores masacres y fueron
víctimas reiterativas de la violencia votaron casi que unánimemente por el sí?
Conocido el resultado,
la incertidumbre reinó. Era claro que los que votaron por el No, lo hicieron en
contra del Acuerdo de paz con las Farc y muchos, por seguir la directriz de sus “líderes
espirituales”, pastores de las iglesias pentecostales y cristianas, principales
críticos del tema de inclusión de
género. Los medios empezaron a transmitir las reacciones y una de ellas fue la del
cadáver político mejor conservado en Colombia –Pacho Santos— quien frente a las
cámaras de televisión hizo dos cosas que dejaron a todos boquiabiertos. La
primera, señalar la diferencia de votos exacta
entre el no y el sí, desmintiendo las versiones que sostenían que no era capaz
ni de sumar, y la segunda, “apropiarse” del proceso de paz, el mismo que horas antes,
para los líderes del No, era inservible, ilegítimo y acomodado. Y fue más allá:
le pidió a las Farc que “esperaran tranquilos” que “ellos” iban a resolver
todo.
¿Fue realmente esa
la motivación de Uribe y su séquito para oponerse a la paz? ¿Aparecer ellos en
la foto de la firma del acuerdo cuando nunca estuvieron interesados de hacer parte
de la comisión? ¿Acaso dan por descontado que las Farc aceptarán cárcel de
barrotes y no tener curules en el Congreso? Muero de la risa. Ya quiero ver a
la comisión del No re-negociando a ver qué consiguen.
Roto el acuerdo y en
el probable caso de que se terminen las negociaciones sin consenso, las Farc
regresarían a la selva. Y con ello regresarán los atentados, los secuestros,
los combates y la muerte. ¿Tendremos derecho a lamentaciones? Nadie comprende
por qué en 4 años en que fueron invitados para hacer parte de los diálogos, el
uribismo se negó. Todo lo que se hubiese ahorrado, empezando por el
resquebrajamiento del país y por una incertidumbre actual que puede terminar en
más violencia.
Ahora toca esperar.
¿Otros cuatro años? ¿Otros 52? Nadie lo sabe con certeza. Es el precio de la
democracia, esa misma, que nos obliga a sobrevivir en medio de la incertidumbre
de lo que será el futuro inmediato de una nación que aún no termina de reconocerse
ni de reconciliarse a sí misma. Una democracia que, paradójicamente, deja como
ganadores a Uribe y a las Farc ahora, más que nunca, reconocidos como legítimos
interlocutores. Una nación atrapada
entre sueños de paz que debe soportar al
ex - Procurador Ordoñez con su acostumbrada doble moral. El mismo que invoca a
la Iglesia y a la religión para deslegitimar las políticas de inclusión, pero
que desoye a la misma Iglesia
representada por el Papa quien llamó a votar por el Sí. Esta es
Colombia. Un país de locos. El mismo país que, milagrosamente, aún existe a
pesar de nosotros mismos.
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