Por Anuar
Saad
Desde finales
de la década de los 90 hemos estado escuchando las trompetas que anuncian, con
su toque fúnebre, el final de la era de los diarios impresos. Pero como en el
conocido cuento de “El pastorcito mentiroso”, las alertas sobre la amenazante
llegada “del lobo”, aún no se hacen realidad. Y, en lo
personal, considero que la prensa escrita sobrevivirá mucho más tiempo.
El
suceso de su desaparición estará, eso sí, relacionado con la forma en que cada
uno de esos diarios se labre su propio futuro. De ahí que ya somos testigos de cierres
dramáticos de periódicos físicos en Europa y de la reducción exagerada del
tiraje de muchos en Colombia que se ufanaban de cubrir a toda una región.
Lo que sí es
cierto, es que si la prensa tradicional no se pellizca (y ya será un pellizco demasiado
tardío) y no entiende el gusto de los lectores y continúa sin comprender que
las noticias “para el día siguiente” no tienen objeto alguno en este mundo
digitalizado, virtual y globalizado, su destino final –como la película—será la
muerte definitiva –como la película--.
¿Qué pretende buscar un ciudadano del
común en un diario impreso? ¿Noticias? ¡Bah! ¿Para qué? Si ya estas se han
difundido por otros medios más dinámicos inmediatamente sucedieron. ¿Análisis? La
radio, los medios digitales y los programas de opinión, ya se encargaron de
eso. ¡Es la narración, estúpido!
podría ser la respuesta parodiando la frase célebre (The economy, stupid) de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton
en la exitosa campaña presidencial que en 1992 lo llevó a la Casa Blanca.
Que le
cuenten la historia. Que recreen los hechos de la forma que ni la radio ni los
noticieros de televisión, por tiempo y espacio, pudieron hacerlo. Que derriben
la terrible mentira sobre la que se cimentaron los supuestos valores del
periodismo, como la utópica objetividad por ejemplo, esa misma que pretendía
que el periodista no se conmueva, no se emocione, no interprete y no piense.
Que sepan que no siempre las buenas noticias son las malas noticias y sepan que
existe, también, un periodismo que ayuda a construir, a reivindicar, a
interrogarnos y a encontrar soluciones. Uno en el que ni las páginas
judiciales, ni los partidos de fútbol y ni
la boda de “Pepita Mendieta” en un selecto club de la sociedad, sean los
platos fuertes.
Así que la
próxima vez que se escuchen los gritos angustiados de ¡Ahí viene el lobo! No se ensañen contra los portales web; contra
la dinámica de la radio ni la más moderna televisión y, mucho menos, contra la
telefonía celular. La fiebre no está en la sábana. Los periódicos modernos,
óigase bien: mo-der-nos no hacen reuniones de editores solo para “buscar la
noticia”. Lo que deben buscarse son historias. No descartan un hecho gigante
“porque ya otro medio lo dijo”, al contrario, es la oportunidad para contar lo
que no se ha dicho. No le exigen a un periodista que salga a batirse contra el
mundo para que hurgue, consiga, transcriba, redacte, diagrame, titule y
publique ocho noticias diarias, casi todas, sin rigor ni atractivo para quienes
las leen.
El periódico
de hoy debe saber que sus armas están ahí: en los géneros mayores del
periodismo, los mismos que enseñamos con ahínco y esperanza en la Academia. Pero
los redactores no echarán mano de ellos si los cuadriculados directores, esos
que se apertrechan con cara de ogro en oficinas solitarias, siguen apegados a
ese antiguo, obsoleto y ridículo “qué-quién-cuándo-dónde y cómo”, interrogantes
que, al comprar el diario, ya han sido resueltos por otros medios el día
anterior y desde el tendero, hasta el gerente de una compañía, se lo saben de
memoria. ¿Qué le agrega mi historia al hecho que sucedió ayer? En esa respuesta
se esconde un gran porcentaje del futuro de los periódicos.
Busquemos la
crisis de los diarios en sus pobres manejos editoriales.
No culpemos a la
modernidad porque, por ejemplo, hoy se
vendan solo 18 mil ejemplares, cuando antes se vendían 80 mil. La prensa
escrita es y seguirá siendo necesaria, pero para ello, debe transformarse.
Saber coexistir con “su otro yo”, es decir, su versión web, que igual debe
contener historias atractivas en ese lenguaje dinámico, lleno de hipervínculos,
imágenes, podcast, videos y transmisión en vivo cuando sea necesario. Mientras
tanto, en el físico, se cocinarán las narraciones con los detalles que, aún, la
gente no conoce de la noticia de ayer. Se desplegará el poder del periodismo
investigativo planteando las denuncias sobre hechos sensibles y de gran
repercusión social.
¿Y el
pensamiento editorial? Esa es otra piedra angular que repercute en la
credibilidad del medio por parte de la ciudadanía. El Editorial de un diario
debe ser coherente con la realidad de la ciudad, región y país y responder a la
problemática de la comunidad. Sus páginas de opinión deben ser espacios donde
cohabiten distintas vertientes, pensamientos, filosofías, colores y
convicciones políticas. Y las opiniones deben tener por lo menos eso:
verdaderas opiniones sobre temas que sí interesen en un lenguaje fresco y
dinámico.
Esto fue una clase sin ir a clases. Gracias, profe.
ResponderEliminar"solitarias, siguen apegados a ese antiguo, obsoleto y ridículo “qué-quién-cuándo-dónde y cómo” debe ser bien definida y sustentada afirmación. Lo redefino así, sin ser magistral, pero negar la eterna vigencia de la tiza y el tablero. Aunse estableza una impecable narración, ese piramide siempre estarà en las catarsis periodisticas.
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