Por Anuar
Saad
Pasó lo que tenía que pasar. En contra de las
últimas tendencias en las que lo imposible e impensable era lo que sucedía, en
este caso no fue así. Contrario al Brexit en Inglaterra, al Plebiscito en
Colombia y a las Elecciones en Estados Unidos cuyos resultados finales eran los
menos probables, en el fútbol colombiano sí se dio la lógica: el buen equipo,
el verdadero equipo, el que sí contrata jugadores de valía y tiene directivos y
gerentes que sí saben de fútbol, ganó todo. El remendado; el de contrataciones
de dos pesos; el que aún cree que Toloza es el clon de Balotelli; el del dueño
que despide al entrenador que, sin equipo, lo metió en 3 finales y consiguió un
título; el mismo dueño que trajo a un entrenador que le faltan, por lo menos,
cinco años de oficio, perdió todo. Como debía ser.
Bajémonos del espejismo y seamos crudamente
reales. Lo que Alexis Mendoza consiguió es triplemente meritorio porque lo hizo
con el mismo pobre equipo con que Giovanny Hernández duró 10 fechas sin ganar y
ocupó los últimos lugares. Con esto quiero decir que desde hace rato no hay un
equipo que represente, por lo menos con dignidad, a Barranquilla y la Costa
Caribe.
El otrora furioso tiburón no llega ni a
sardina. De la pasión que despertaba, se pasó a la vergüenza, olvido y furia:
tribunas vacías es la prueba. Y de aquel que era “tu papá” quedó relegado a ser
un “conocido lejano”. Junior está a punto de hacer historia: de ser alma, vida
y corazón de un pueblo, se está convirtiendo en el hazmerreír de comentaristas
y locutores de radio y televisión, casi todos interioranos, que nos pasan
cuenta de cobro por aquello que gritábamos a todo pulmón instigados por el
inmortal Édgar Perea…”al Junior hay que
matarlo para ganarle”. Si esto es cierto, hemos asistido en los últimos
años a una interminable tanda de asesinatos colectivos porque, desde hace rato,
lo mataron.
Tener un equipo de fútbol para ufanarse de tenerlo
y no invertir un solo peso sino que, por el contario, vende al mejor postor
todo lo que se destaque sin reinvertir un centavo, es condenarlo al fracaso.
Ahí están los ejemplos: Teófilo, Bacca, Celis y ahora Vladimir, son muestra
fehaciente que para los dueños del club solo importa vender, recaudar y no
invertir.
Los jugadores del Junior no tienen la culpa.
Uno no puede pretender ganar algo con jugadores que, posiblemente, sean de
relleno (con algunas pocas excepciones) para equipos pequeños. Salvo destellos
de nuevos talentos sobre los que ya nadie se hace esperanzas, porque a la
primera ocasión serán vendidos, en Junior no hay nada.
Lo que más duele es que los equipos grandes,
esos que tenemos que ver en televisión, tienen como estrellas a jugadores
costeños. Muchos anhelando formar parte del Junior (como Borja por ejemplo)
pero que al dueño del club les parecían
poca cosa.
¿Para qué tener algo que ya no le hacemos
aprecio? ¿Para qué sostener ese cadáver insepulto al que ya se le están hasta
destiñendo las rayas? ¿Cuál es el afán de seguir regentando un equipo al que no
se le invierte un solo peso?
En nombre de los barranquilleros que aún
creemos que el Junior es un patrimonio de la ciudad y no una propiedad
particular más de un empresario, le pedimos, señor Fuad, que venda el equipo.
Entienda de una vez que este alimenta la esperanza de millones y que por años,
encendió una pasión indescriptible y no puede ser condenado a tener un entierro
de tercera categoría.
Y en sus manos, el equipo no tiene otro final.
Déjelo ir. Véndalo. De seguro habrá por ahí, barranquilleros o no,
inversionistas que crean que esta ciudad y el caribe colombiano merecen tener
mejor suerte y, por qué no, retribuir con creces la pasión que este Junior que
hoy usted desdeña puede volver a despertar.
Pero si por el contrario, su deseo es seguir
siendo el regente de este onceno haga lo que debe hacer por una ciudad que a
usted le ha brindado todo: lleve a este equipo a ser lo que antes fue: el
tiburón, la pasión… ¡tu papá!
Maa claro el agua. Impecable.
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