Por Anuar Saad
Expresarlo
mejor sería imposible. En medio de lágrimas, con la voz entrecortada y ante más
de 40 mil personas que colmaron las graderías del Atanasio Girardot y que dieron
una lección de gallardía y solidaridad
al mundo, el Canciller brasilero en Colombia José Serrá dijo en medio de su
mensaje de gratitud al pueblo
colombiano, en especial a los antioqueños: “En estos momentos de
gran tristeza las expresiones de solidaridad que aquí encontramos, nos ofrece un grado de consuelo inmenso. Una luz en la oscuridad cuando todos estamos
intentando comprender lo incomprensible. Los brasileños no olvidaremos jamás la
forma como los colombianos sintieron como suyo el terrible desastre que
interrumpió el sueño de ese heroico equipo de Chapecoense. Una especie de cuento de hadas con final de tragedia”.
Y eso,
exactamente fue Chapecoense. Un equipo de la cuarta división que ascendió a la primera
categoría hace poco y llegó a la final de la Copa Sudamericana contra todos los
pronósticos dejando a su paso a rivales grandes como San Lorenzo e
Independiente de Argentina y al Junior de Barranquilla. Querían la estrella y,
en cambio, el destino les deparó el cielo, allá en la eternidad. En un estado
de inmortalidad porque su recuerdo, siempre, estará presente entre todos los
amantes del fútbol cada vez que pisemos un estadio.
Más allá de
buscar culpables, que si el piloto no dijo las palabras claves; que si la torre
de control demoró la respuesta; que si se trazó mal el plan de vuelo y la
cantidad de combustible…lo sucedido fue un golpe trágico que nos recuerda la
fragilidad de la vida. Nos recuerda que, en segundos, se pueden esfumar los
sueños, esperanzas, ilusiones y deseos de cada uno.
Y sucedió. Lejos
de su pequeña ciudad natal, Chapecó, en Brasil. Pero el destino, ese rebelde
destino, quiso que fuera en Medellín horas antes de su partido crucial. Y allí,
en Medellín, en medio de habitantes, hinchas, dirigentes y gobernantes que se
apropiaron de la tragedia, que envolvieron con una solidaridad que conmueve a
todas las víctimas y familiares, se gestó una de las más grandes lecciones de
amor y solidaridad que se ha visto en estos tiempos de frialdad, de relaciones
impersonales, del Facebook y del chat: los antioqueños se pusieron la camiseta
del Chapecó. Lloraron con los familiares. Alentaron a los suyos. Las “Barras
bravas” no se cansaron de entonar himnos y cánticos en memoria de las víctimas
y, hasta el “más bravo” dejó que sus lágrimas les bañara el rostro. Dieron una
muestra de amor y solidaridad tan grande como el estadio y, desde el miércoles
a las 6 y 15 de la tarde, las 40 mil personas dentro del estadio y los miles y miles
en los alrededores o en sus casas, a una sola voz, rindieron tributo a estos
héroes. Los mismos que semanas antes habían llegado a Barranquilla e
intercambiaron camisetas con los jugadores del Junior.
Hoy, desde el
cielo de los héroes, ellos serán los inspiradores para que otros equipos
pequeños de pequeñas ciudades, sepan que la gloria sí es posible. Que con
trabajo y amor por lo que se hace, se puede pelear con los grandes y conquistar
triunfos. Con los 40 mil que lloraron dentro del Atanasio Girardot, nosotros
también lloramos. Así como Medellín fue un pedazo de Cahepecó en Antioquia,
toda Colombia fue ayer Chapecó.
¡Qué ejemplo el
de Medellín! ¡Qué gallardía y solidaridad la de Nacional! Reconforta saber que,
aún en medio de la tragedia, sepamos que los buenos somos más. Que en medio de
una posmodernidad sin alma donde cada vez nos reconocemos menos; donde cada vez
nos interesa menos el otro; donde cada vez el yo individual aísla lo colectivo,
queda mucho corazón para entregar amor. Mucha nobleza para honrar al otro. Y
queda mucha gente, como la de Medellín, que nos hace pensar que una Colombia
mejor sí es posible.
Un texto muy sentido. Uno se conmueve al leerlo. Al final, es inevitable evocar la tesis de Darwin, citado por Adela Cortina: el ser humano es altruista. Y lo es, muchas veces, contra la adversidad...
ResponderEliminarSentida reseña, profunda catarsis.
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