Por Anuar Saad

Después
de que nuestros corazones se regodearan de orgullo por la enorme solidaridad
con la tragedia del equipo Chapecoense y el gallardo gesto del Atlético
Nacional, de sus directivas e hinchada, que nos hacían creer que Colombia,
nuestra Colombia, podría ser un país mejor, un salvaje suceso nos aterriza en la
cruda realidad: además del mejor café, somos tristemente reconocidos como una “fábrica”
natural de monstruos.
A
Rafael Uribe le podemos sumar los nombres de Pedro Alonso López, “El Monstruo
de los Andes”, quien asesinó a 300 niñas; Fredy
Armando Valencia, ‘Monstruo de Monserrate’ quien hasta ahora se les suman más
de 40 asesinatos y violaciones; Daniel Camargo Barbosa, “El Sádico del
Charquito” culpable de violar y asesinar a más de 157 mujeres y Luis Alfredo
Garavito, quien violó y asesinó a 197 niños, entre otros, son solo una muestra
de hasta dónde el horror es capaz de pasearse por estas tierras.
El antropólogo y profesor de la Universidad del Rosario
Esteban Cruz Niño, quien escribió el libro ‘Los monstruos en Colombia sí
existen’ afirma que ellos, en muchos casos, “son psicópatas, gente que manipula
a sus víctimas, personas que hablan bien, estafadores que tienen propensión a
la delincuencia, que vivieron en familias disfuncionales”.
A
pesar que la Fiscalía le imputó los delitos de tortura,
feminicidio agravado, secuestro simple y acceso carnal violento a Rafael Uribe
Noguera el nuevo monstruo de turno, una multitud asqueada, indignada y
aterrorizada, se apostó por horas a las afueras de la clínica donde el
sindicado estaba recluido y hasta horas de la madrugada en los juzgados de
Paloquemao, reclamando justicia.
Y
es que el temor a la impunidad lo tenemos todos. Si por poco estuvo a punto de
quedar libre Garavito, el sádico asesino de más de 190 niños porque “se
convirtió a la religión Evangélica” y hasta pastores de esa congregación daban
fe de que era “un hombre enfermo que estaba ya converso”…cualquier cosa puede
pasar. Más si se trata de un hombre de clase acomodada y, además, perteneciente
a la más rancia sociedad bogotana.
Pero
el horrendo asesinato de Yuliana no fue un crimen cualquiera. El monstruo la
acechó por días; intentó varias veces secuestrarla…hasta que lo logró. Fue un
crimen planeado fríamente: la torturó; la violó; la asesinó y con la
complicidad de sus hermanos (¡familia de monstruos!) lavaron el cuerpo para
tratar de borrar las evidencias.
¿Cuántas
Yulianas más necesitamos para que la justicia se fortalezca y los autores de estos
crímenes se pudran con sus huesos y sus depravaciones en la cárcel? La cadena
perpetua aún es poco. En lo particular, dejando de lado las concepciones
religiosas, sería partidario de la pena de muerte. Un acto como este y como los
centenares de casos ya reseñados, deben ser castigados no solo de manera
ejemplar, sino radical.
Estos
monstruos son abominaciones que enferman a nuestra sociedad. Son las manzanas
podridas que contaminan con su ejemplo venenoso, mortal, horrendo y cruel, a la
comunidad que recibe con espanto, a través de los medios, hechos que pueden
ocurrir a la vuelta de nuestras casas.
Se
requieren más efectivos mecanismos que protejan a nuestros niños; a nuestras
mujeres, víctimas fáciles de cobardes que se erigen como monstruos contra los
más indefensos. Por ello es hora que,
como en los cuentos, Colombia le dé un final
feliz a esta historia. Un final en el que la Justicia, la bondad, la
solidaridad y la esperanza, le ganen la partida a la maldad. Un final que
garantice, como en los cuentos, que los
niños puedan seguir soñando.
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