Por Anuar Saad
Seguramente usted, sí, usted que está leyendo este artículo, sea uno de
los miles de estudiantes de Comunicación Social – Periodismo en este ancho
mundo. Y tal vez, por cosas de la vida, no sabe aún por qué diablos está
estudiando esta carrera. No es un secreto que muchos y muchas están aquí,
porque ya han fracasado en otras carreras, o porque en la Ciencias Sociales y
Humanas, hay muy pocos encuentros con el álgebra, las matemáticas y la
trigonometría. Y otros, porque sueñan verse presentando un programa de
televisión o conocer, en medio de tantas mujeres hermosas con vocaciones de
modelos que cursan esta profesión, a su media naranja.
En un país como el nuestro, donde por desgracia es frecuente que las
“malas noticias” sean las “buenas noticias” –esas mismas que ganan rating,
lecturabilidad y escándalos, los periodistas debemos hacer un doble esfuerzo:
además de confrontar con honestidad las fuentes y develar aquello que poderosos
no quieren que sea descubierto, debemos blindarnos. Blindarnos ante las
amenazas que cada día cobran más vidas y contra la corrupción que, con sus
largos tentáculos, pudre todo lo que toca.
Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿quién quiere ser periodista? Ese
interrogante nace después que, por más de 35 años, he sido un periodista
al cien por ciento. Y descubrí que quería serlo porque, además de ser
perversamente malo con las matemáticas, me di cuenta que dentro de mí habitaba
otro ser que, contrario al muchachito tímido, callado y narizón que todos veían,
ese “otro yo” buscaba a gritos la manera de poder contar historias.
Con esa obsesión estudié esta misma carrera que usted hoy orgullosamente
estudia y me di cuenta que, contrario al comercial de Davivienda, no estaba en
el lugar equivocado: no habían pasado dos semestres cuando de ese muchachito
tímido de bigote incipiente, no quedaba ni sombra. Impulsado por el gusto que
le estaba tomando al encuentro con el periodismo y la oportunidad de ser
escuchado o leído, me lancé sin temores a develar sus secretos. A aprender
el oficio. A ser la voz de los que no tenían voz, movido por esa utopía de que
la prensa, además de ser un cuarto poder, podía cambiar al mundo.
Aunque hoy creo, con tristeza, que el mundo ha cambiado a la prensa,
también es cierto que por medio de esta profesión llena de sacrificios (como
los médicos no tenemos horarios y contrario a los médicos ganamos muy poco);
vicisitudes (podemos hasta perder la vida a la caza de esa gran historia);
alegrías (en el ejercicio del periodismo somos parte de los momentos que nos
llenan de orgullo) y tristezas (que, en un país como el nuestro, siempre serán
más que las alegrías) y esgrimiendo la ética como regla indeleble, podemos
informar, denunciar, opinar, entretener y, por qué no, ser parte de la vida de
esos muchos que, aunque no nos conocen, nos leen, nos oyen, nos miran y nos
creen.
Lo cierto es que muchos, por fortuna, siguen creyendo. Y ahí están esos miles de estudiantes que siguen matriculando sus sueños en los programas de Periodismo sin importar las afugias, la dura competencia, los sacrificios
y poner en riesgo su vida, porque quieren aportar a la sociedad contando las historias
que la gente necesita saber.
Y son las buenas Facultades las que encaran con responsabilidad la formación
de ese nuevo profesional. Y lo hacen con una profunda fundamentación
humanística, activando la consciencia crítica, fomentando la lectura literaria
y periodística; desarrollando en ellos sus competencias analítica e
interpretativa preparándolos para la producción
de piezas periodísticas, no dentro de las cuatro paredes de un salón de clases, sino
teniendo a la ciudad como su gran laboratorio. Son estos, los periodistas
profesionales paridos por las Facultades, los que reemplazaron a la generación de
empíricos que ocupaban antes los puestos de privilegio. Hoy, es la Academia, la
que forma a los mejores.
Así que si estás listo a dar tu cuota de sacrificio; a ganarte un nombre
a costa de primeros sueldos de miseria; a soportar embates de editores y jefes
que destrozarán tus escritos en la cara y a pocas, muy pocas palmadas de
felicitación, sin duda, tú quieres ser periodista. No tienes por qué afligirte:
no necesitamos de aplausos, premios ni palmadas. Sólo requerimos que la
historia, al final, sea bien contada. Ese lector, en su casa, mientras devora
un trasnochado sándwich, lo sabrá agradecer. Mientras que ese ego que
todos cargamos dentro, se sacude cada vez que, debajo del título de la noticia
que abre la primera página, está escrito nuestro nombre en letras de
molde.
Genial..!!!!!!
ResponderEliminarGracias por haber escrito esto
Felicitaciones me gusto como escribiste y reflexione tu historia y consejos
ResponderEliminarExcelente, colega
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