


Pero más allá de la obra a la que el mundo le celebra este año su medio siglo de ver la luz, está Macondo. Ese pueblo que pareciera sacado de la inagotable imaginación de un escritor febril y mágico pero que, en resumen, es cualquier localidad, pueblo o vereda de nuestra Costa Caribe colombiana. Si queda alguna duda de que Macondo puede ser Barranquilla, Cartagena, Sincelejo, Montería, Valledupar o Santa Marta –solo por nombrar algunas ciudades—basta con leer lo que la prensa ha reseñado en sus páginas en los últimos años. Hechos que, aunque reales, parecen pertenecer más al imaginario Macondo.
Hace
pocos días la prensa anunciaba en titulares –entre preocupada y divertida—que
un contratista que se aprestaba a repartir las facturas del servicio de luz en
un barrio al suroriente de la ciudad, fue detenido por los vecinos que lo
sentaron en una silla y lo amarraron a
un poste, para después proceder a quemar los recibos de un servicio que –según
los moradores—no corresponden al deficiente servicio que la empresa presta.
El
pasado diciembre, un huésped de un elegante hotel en Barranquilla vestido solo
con sus calzoncillos, bajó el ascensor, recorrió el lobby, salió a la acera y
corrió semiencuero casi una cuadra,
gritando desconsolado el nombre de su pareja que se alejaba en un taxi y con
quien acababa de tener un altercado.
Pocos meses atrás, un policía que recién había reportado su cédula como extraviada se
llevó la sorpresa de su vida: Jhon Harold Puello,
el agente de la institución armada y que estaba de guardia en un puesto de
control entre Baranoa y Sabanalarga, descubrió aterrado que uno de los hombres
a los que él le realizaba una requisa de rutina, se identificó con su mismo
nombre y apellidos y, además, tenía el mismo número de cédula que la del
policía: había descubierto sin querer al que le robó su documento de identidad.
A mitad del año pasado, un hombre buen mozo y bien vestido asaltó una casa en el norte de la ciudad. Como si nada salió por la puerta principal llevando en un saco el fruto del atraco. Tomó un taxi a pocos metros del lugar y dos minutos después el taxista recibió una llamada de su esposa informándole aterrada que la acababan de robar. “Es un tipo alto, simpático, vestido de azul y con gorra de beisbolista”, le dijo la señora. El espejo retrovisor del taxista le devolvió esa imagen: el ratero que atracó a su esposa, acababa de tomar su taxi.
A mitad del año pasado, un hombre buen mozo y bien vestido asaltó una casa en el norte de la ciudad. Como si nada salió por la puerta principal llevando en un saco el fruto del atraco. Tomó un taxi a pocos metros del lugar y dos minutos después el taxista recibió una llamada de su esposa informándole aterrada que la acababan de robar. “Es un tipo alto, simpático, vestido de azul y con gorra de beisbolista”, le dijo la señora. El espejo retrovisor del taxista le devolvió esa imagen: el ratero que atracó a su esposa, acababa de tomar su taxi.
Otro atracador de mala suerte, muy a lo “Pedro Navaja” escogió a
su víctima. Y cuando se dispuso a abordarla en un populoso barrio del sur de
Barranquilla, recibió la paliza de su vida: de las muchas personas en el
sector, atinó a intentar atracar a Darys Pardo, excampeona de
boxeo, quien no se dejó atemorizar y le destrozó
la cara al aterrado asaltante.
En Albania, en medio de plena contienda política por la Alcaldía
de ese municipio, un burro fue usado como ‘valla móvil’. El animal apareció con un aviso del candidato Pablo Parra, invitando a los electores
a que votaran por él.
En Cartagena, donde suele pasar
hasta lo inimaginable, un hombre montado a caballo, atracaba a plena luz del
día a todos los transeúntes de un concurrido sector, lanzando alaridos muy al
estilo del llenero solitario. Aunque trataron de detenerlo, el diestro jinete
azotó al animal quien a gran velocidad desapareció en el horizonte.
La gastronomía no ha sido ajena a
las macondianas situaciones. En Distracción, un corregimiento de La Guajira,
hay un puesto de fritos muy concurrido que lo atiende una señora de 70 años
quien relevó a su madre (que tiene 93) de ese arduo oficio. El aviso con que se
promocionan las empanadas es ramplón, áspero, pero llamativo. “Empanadas de mondá”, reza el cartel.
“Todos los días pasan centenares de carros por la vía. Todos paran y preguntan
¿De qué son las empanadas? Y cuando les digo que de carne…me preguntaban ¿y no
hay de pollo? Para quitarme ese San Benito, resolví la cuestión bautizándolas
así. Ahora ya saben de qué son las empanadas”, explicó paciente la fritanguera
en medio de una estrepitosa carcajada.
Ahora… ¿todavía cree usted que
Macondo solo existe en Cien años de soledad?
Las historias de Macondo, ese pueblo fantástico creado de una realidad nacional, casi mágico, mitológico y realista sigue con la reproducción de casos similares producto de la cotidianidad y expresión de la cultura no solo caribeña sino latinoamericana. Los escritores siempre se adelantan a los acontecimientos que inicialmente son imaginarios; pero que con el transcurrir de los días se van concretando esas ideas que se han plasmado a través de la literatura. De ahí la importancia de leerlas.
ResponderEliminarAsí es Manuel. Latinoamérica toda, es la misa aldea que vive las mismas situaciones.
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