Por Anuar Saad

Casi un mes después que los maestros
de los colegios estatales decidieran irse a la huelga para reclamar lo que
ellos consideran sus derechos para obtener reivindicaciones salariales que
dignifiquen el oficio, no se percibe ninguna solución a corto plazo.
Y mientras la Ministra le da largo al
asunto desconociendo que, en efecto, el oficio de maestro históricamente ha
sido desdeñado por el Gobierno y está en lo último de la escala salarial del
Estado, los estudiantes quedan atrapados en un conflicto de intereses agravando
así el precario sistema educativo del
país.
No nos digamos mentiras. Los colegios
públicos –por hablar solo del caso de Barranquilla—dan lástima: salones
semidestruidos, pupitres que se caen en pedazos, abanicos que chirrían al
movimiento de sus aspas, cursos enormes en cantidad de estudiantes lo que
desafía a la didáctica y una logística digna de pueblo pobre. Mientras tanto,
las autoridades se jactan de que hay más escuelas pero no describen en qué estado
se ponen al servicio.
Y mientras el Gobierno se niega a
compensar el disminuido rango salarial de los maestros bajo la excusa de que no
hay de dónde sacar ese presupuesto, los dirigentes de Fecode solo piensan (a
pesar de que sus argumentos pueden ser razonables) en el bienestar de su gremio
pero les importa un pepino los estudiantes. Porque si les importara, buscarían
mecanismos distintos a la huelga para negociar sus pretensiones. Ellos, a la
larga, seguirán devengando sin trabajar mientras que los miles de alumnos, en
sus casas, correrán el riesgo hasta de perder el año escolar. Pero a estos
directivos sindicales eso les importa poco: sus hijos están, seguro, en los
mejores colegios privados del país.
Docentes y Gobierno deben ponerse la
mano en el corazón y, así sea por un momento, dejar de lado sus intereses
particulares y pensar en el futuro de Colombia. Ese futuro que está
representado, precisamente, por nuestros jóvenes estudiantes.
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