POR ANUAR SAAD

El
encumbramiento del ego ha encontrado en las crecientes redes sociales, esas
mismas que se están convirtiendo peligrosamente en una caricatura de los mass media, un caldo de cultivo para
imponer el bienestar particular sobre la ya romántica premisa del bien común.
Es la consecuencia del reemplazo del antiguo ágora por los modernos centros
comerciales en los que se alimenta ese mismo ego, cada vez más alborotado e
insaciable.
El prolífero sociólogo polaco dejó en su legado
centenares de frases célebres y, algunas de ellas, sobre la amenaza en que
pueden constituirse las redes sociales, el gran primogénito de la
postmodernidad: “Las redes son muy
útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa". En las redes tú tienes que crear tu propia comunidad. Pero no se crea una comunidad, la
tienes o no; lo que las redes sociales pueden
crear, es un sustituto. La diferencia entre la comunidad y
la red es que tú perteneces a la comunidad, pero la red te pertenece a
ti".
Y en esta
“sustitución” de comunidades, los grupos (¿o pandillas?) de amigos o las
comunidades repletas de fanáticos seguidores de un determinado líder político o
espiritual, o barras bravas de un equipo de fútbol, tienen cabida sin problema
en el mundo virtual, aunque en el real, nadie los quiera ni de vecinos…”pero en cambio, ser miembro de un grupo de
Facebook es muy fácil. Puedes tener más de 500
contactos sin moverte de casa, le das a un botón y ya".
Bauman va más allá y afirma que en esta
modernidad se desbordan las angustias vitales que son expresadas por conductos
electrónicos a los que él llama “chat-chows”. Es, a través de ese mismo
conducto, en el que el individuo, más desde lo visceral que desde lo
intelectual, se limita a una angustiosa necesidad
de interconectarse para poder compartir “sus intimidades”, que pueden ser desde
unas vacaciones en el mar; una comida con amigos, una convalecencia en el
hospital; un familiar muerto en su ataúd, hasta una relación sexual. Conductas propias
de comunidades que mantienen vínculos frágiles --y muchas veces efímeros-- que
buscan con desespero la aceptación del otro a través de un “me gusta”.
A todo lo anterior se le suman los medios de
comunicación --ahora en el rol de portales de noticias que se actualizan casi
instantáneamente-- y que dan cabida (como no hacerlo si mueve el rating y la
lecturabilidad) a noticias amarillistas o a replicar hasta el cansancio los
últimos escándalos en los que jamás faltan las malas prácticas políticas, los
asesinatos, la corrupción y la miseria.
De
todo lo vaticinado por Bauman como profeta de la posmodernidad, se le agrega
ahora el concepto de posverdad, definida esta, entre otras muchas acepciones,
como “el fenómeno que se produce cuando los hechos
objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública, que los que
apelan a la emoción y a las creencias personales".
Hoy gran parte de la sociedad contempla casi con horror la
posibilidad de convivir, tal como lo dijera el pensador británico A.C. Grayling, en un mundo
dominado por la posverdad ya que ello provocaría indefectiblemente la
"corrupción de la integridad intelectual" y un daño irreversible al
tejido de la democracia.
De allí que a través de las redes transiten los más bajos instintos y
sentimientos. Es por eso que en ellas un
expresidente, cuyo nombre es mejor no pronunciarlo porque como el monstruoso
Lord Valdemort, célebre en Harry Poter,
parece cobrar más poder cada vez que se le invoca, hace crecer su popularidad,
increíblemente, con base a la in-popularidad. No le importa lo correcto, si es
correcto para él. No importa llevar a un país a la polarización extrema loca y
desenfrenada si eso lo encumbra como el político más reconocido y qué va
importar si está construido sobre un pasado oscuro del que ya nadie quiere
hablar. Es esa posverdad, o la asimilación de la mentira como verdad, que
permiten atentar contra un periodista acusándolo de ser un “violador de niños”.
Y allá, escondidos tras la fachada de “seguidores”, están pertrechados, dentro de los más de cinco millones de miembros de su red, muchos fanáticos exacerbados en defensa de un líder indefendible
que colman las redes con trinos amenazantes e intolerantes en los que exponen
todo el veneno de sus corazones.
Estamos frente a una nueva
muralla que parece aguantar de todo. Una donde la infamia y la mentira se
pavonean orondas pisoteando sin reparos la ética y las buenas costumbres; la honra de los demás; a la verdad real y a la
nobleza humana. Lástima que uno de los mayores inventos de la humanidad, ese
mismo que permitió acercarnos al mundo sin salir de la casa, termine siendo hoy la muralla del canalla.
El fanatismo es el cáncer de la política.Hay que tomar menos decisiones con las emociones y evitar un verdadero retroceso social y político.
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