Por ANUAR SAAD
Era inevitable no verla. En mi camino
obligado al Liceo de Cervantes, tenía que tropezármela. Rodeaba toda la manzana
y esos ladrillos rojos la hacían fácilmente reconocible. Para ese entonces,
alguien me había dicho que ofrecían la carrera de comunicación social, por la que,
a lo largo de mi vida escolar, había manifestado bastante empatía.
No lograba entender por qué no era
periodismo a secas, sino que venía bautizada con el complejo nombre de “Comunicación
Social”, algo que, por supuesto, tuve la oportunidad de descubrir después.
Y fue en 1982 cuando empecé a
pertenecer, oficialmente, a la “comunidad de la Autónoma”. Fueron cuatro
maravillosos años en los que, a la par que fui aprendiendo los nuevos
conocimientos que me abrirían las puertas al mundo profesional, conocí gente
maravillosa entre alumnos y profesores, con quienes fui creciendo como persona.
Finalizaba 1985 y se avecinaba lo inevitable:
la carrera llegaba a su fin y por un momento la nostalgia me embargó. ¿Y ahora
sin la universidad qué iba hacer? Con el fin de mis clases, le decía también
adiós a mis amigos del alma y a profesores a los que admiraba y que aún admiro:
Jaime Gómez; Fernando López de Vega (Q.E.P.D); Antonio Logreira, Gonzalo
Restrepo, Sigilfredo Eusse, Carlos Ramos Maldonado, Walter Bernett Iguarán
(Q.E.P.D); Nolly de Espitaleta, Cecilia Alvarez, Jesús CorreaCarlos Emilio
Manjarrés (Q.E.P.D) y Hernando Gómez Oñoro quien, en un acto de misericordia,
me sacó de un billar cercano para llevarme casi a regañadientes a El Heraldo
donde un tal Ernesto McCausland necesitaba un asistente.
Después de largos años en El Heraldo,
regresé –como el hijo pródigo—a la Uniautónoma del Caribe donde me descubrí
como docente: tenía ahora la oportunidad de enseñarle a otros lo mejor (¿o lo
único?) que sabía hacer, escribir. Y fue así como con el pasar del tiempo
muchos de los que fueron mis estudiantes superaron al maestro: una lista larga
de insignes comunicadores que hoy se destacan en el país y en el exterior.
Mi historia –resumida infinitamente
en las líneas anteriores—es solo una de las miles de historias de vida que
encierra una Universidad que ha marcado el futuro de miles de jóvenes de la Costa
Caribe colombiana. Y es que de esa casona donde se
iniciaron sus clases, hace hoy 50 años, solo queda el recuerdo. Lo que ese
grupo de visionarios fundadores (Mario Ceballos Araujo, Benjamín Sarta, Julio
Salgado Vásquez, Orlando Saavedra, Osvaldo Consuegra, Nayib Abuchaibe y Eduardo
Vargas Osorio) idearon pensando en las necesidades educativas de los habitantes
de esta zona del país, es hoy una de las mejores instituciones de educación
superior de la Costa Caribe. Una Universidad con medio siglo de trayectoria que
ha sido capaz de reinventarse en medio de sus dificultades y que ahora, en sus
últimos cuatro años y de la mano de su Rector Ramsés Vargas Lamadrid, ha sido
capaz de multiplicar sus indicadores de calidad en procura de lograr la
excelencia académica, un fin impostergable, por el que los miembros de la
comunidad académica luchan día tras día.
El tiempo me dio la oportunidad de
poder trabajar mano a mano con quienes antes habían sido mis maestros. Y con
ellos, hemos llegado a este medio siglo de servicio a la comunidad. Cincuenta
años llevando alegría a las familias de la región y el país. Cincuenta años
construyendo los sueños de nuevos profesionales. Cincuenta años trabajando de
la mano con la investigación para aportar al desarrollo regional. Cincuenta
años en los que sigue firme con su compromiso social. Cincuenta años en que lo
conceptual, lo empírico, lo lúdico, las artes y el deporte se fusionan en aras
de formar mejores seres humanos. Cincuenta años llenos de historia. Cincuenta
años… ¡transformando vidas!
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