Por Anuar Saad

Nadie sabe con exactitud cuánto se
robaron. Los más mesurados hablan de 40 mil millones y otros, calculan 150 mil
millones de pesos. Y es que una universidad que, a pesar de sus crisis jamás
perdió estudiantes y se mantenía con un promedio de 10 mil en sus aulas,
recaudando solo en matrículas casi 100 mil millones de pesos al año (sin
incluir otros ingresos), no debería sufrir jamás de “flujo de caja” y mucho
menos, no pagarle a sus empleados.
Para que se tenga una idea del dinero
que se mueve en la Uniautónoma, solo en Comunicación Social (el programa más
grande de la institución) hay 1160 estudiantes que generan alrededor de unos 11
mil millones de pesos al año. Y en los últimos 15 años a ese programa académico
no se le ha invertido un solo peso.¿Cómo se puede explicar eso cuando en
utilidad neta deja más de 7 mil millones al año? ¿A dónde se fue la plata? El panorama es, en todos los
programas, desolador. Laboratorios sin equipos; aires funcionando al 50%; investigaciones
inconclusas por falta de presupuesto a pesar de que Colciencias giraba los
recursos pero estos mismos se “desviaban” a otras cuentas, planes de acción
que, en el papel superaban los 200 millones por programa y apenas se
autorizaban ejecutar 20 millones del total. Convenios con entes territoriales,
gobernaciones y el Sena que parecen haber caído en manos de un mago laureado:
en un dos por tres, desaparecieron todos esos ingresos.
¿A dónde fueron a parar los más de 7 mil millones en que vendieron el equipo? ¿A dónde los 12 mil millones del contrato con el Sena? ¿A dónde los ingresos por Atlántico Forte? ¿Dónde están los ingresos por el millonario contrato con la Gobernación del Magdalena para capacitar a sus docentes?
La corrupción es tan pestilente, que
toda la universidad está hipotecada o vendida. Todos los activos que la
Universidad tenía hoy no existen: ni el polideportivo, que terminó siendo una
cloaca; ni el equipo de fútbol; ni el edificio de posgrado, ni la biblioteca. Ninguna
de las casas a su alrededor, ni los cuatro apartamentos con que contaba para
alojar a profesores visitantes, son hoy de la universidad: están hipotecados o
vendidos, mientras que el paquidérmico e ineficiente Ministerio, trata de rescatar
ahora, con las famosas “medidas de salvamento” del ahogado, el sombrero.
Cuando cayó Ramsés Vargas, hecho en que La W Radio contribuyó con sus informes persistentes sobre irregularidades al interior de la universidad, empezaron
a llover las denuncias a deshora sobre “falsificación en las actas” cuando muchos
de esos mismos directivos sabían que se estaban robando el Alma Mater. Ahora se
tiran la pelota, unos con otros, tratando de lavarse las manos. La verdad hay
que decirla: aparte de Vargas y de sus compinches de marras (esos mismos que
sin recato alguno van a misa los domingos y tienen el descaro de arrodillarse
para recibir la hostia), el Ministerio de Educación también es culpable. Hace
más de dos años tenía las denuncias, pruebas y testimonios de cómo se estaban
robando a la Uniautónoma y con la negligencia más aterradora en noviembre de
2017 sentenciaron en un informe que “…la universidad anda bien. Solo tienen
un impase de flujo de caja, pero sus activos la respaldan”.
Para esa fecha la
universidad como tal ya no existía. Para esa fecha, todos sus empleados
estábamos en la ruina: con los sueldos embargados; con las tarjetas bloqueadas;
los vehículos pignorados; desalojados de nuestras viviendas y, literalmente,
muriéndonos de hambre. Pero para el Ministerio, todo estaba bien. Lo más
doloroso es que por miedo, todos callamos. Por temor a perder nuestros empleos los
directores aceptamos –bajo la amenaza de ser despedidos—rebajarnos en casi dos
millones nuestro sueldo, mientras el nefasto rector se lo subía en más de 90
millones de pesos amparado en “bonificaciones” ilegales.
Fueron 18 días de protesta que al final, en un giro
del destino, terminó liderada por un
sindicato al que se le reconoce que siempre denunció la corrupción criminal que
cohabitaba en la U. Pero… ¿qué quedó después de esas más de dos semanas de paro?
Esos 18 días de protesta dejó una universidad dividida hasta los intestinos.
Donde los intereses particulares dejaron entrever los más bajos instintos de algunos
funcionarios que jamás en su vida tuvieron
(ni tendrán) visibilidad y que
hoy, con la boca llena, tienen el descaro de decir que “todo está bien” y “nada
ha pasado” traicionando, incluso, a los mismos estudiantes que, hay que
reconocerlo, sí dieron la lucha por nosotros.
Hoy la Universidad quiere aparentar normalidad. Los profesores, divididos, no saben si dar o no las clases. Los estudiantes, divididos, no saben si recibirlas o no. Los directivos, divididos, no saben como enderezar el rumbo y generar credibilidad. Lo cierto es que aún hay salones vacíos; estudiantes dolidos porque se sienten engañados ya que por lo que lucharon --la salida de todos los curruptos-- aún no se cristaliza.
Hoy la Autónoma es una sombra
moribunda de lo que alguna vez fue. Una sombra que, para que se recupere, debe
devolverle, primero, la dignidad a sus empleados de valía y reintegrar a
muchos, que despidieron o renunciaron en medio del mandato corrupto. Debe
entender que los movimientos sindicales son importantes, pero jamás, más
importante que la Academia porque una universidad no es una fábrica de zapatos.
Para que la Autónoma sea la “universidad
que el Caribe necesita” no se requiere de “perdón y olvido”. Se requiere, y con
urgencia, de una directiva honesta y capaz, un rector empoderado y eficiente que dé
señas que desea hacer las cosas bien y que garantice que el cáncer enquistado en una sola familia y
sus aúlicos corruptos que la rodeaban, no entren jamás a la Universidad: ni a
esta, ni a ninguna. Se requiere ganar la confianza de sus estudiantes; del
sector empresarial, de los padres de familia y, sobre todo, de sus profesores.
Al final, los 18 días que estremecieron a la
Autónoma, a la ciudad, la Región y al país, no dejó ganadores. Todos perdimos.
La Autónoma perdió todo lo que alguna vez ganó a lo largo de 50 años: los
estudiantes perdieron sus clases, a sus buenos profesores, su confianza en la
institución y hasta la esperanza; muchos de los padres de familia, perdieron su
dinero; los profesores perdimos la calidad de vida, la fe en la academia y
hasta el amor propio; los egresados, perdieron el orgullo de ser Uniautónomos y,
los corruptos, mataron a la gallina de los huevos de oro; el sindicato,
fortalecido por ayudar a tumbar al rector, perdió la credibilidad de muchos de
sus afiliados a los que hasta el sol de hoy no han visto un peso y el
Ministerio, terminó desacreditado.
Mientras tanto, todos seguimos
esperando el momento en que la justicia actúe. Que la
Fiscalía agilice la expedición de órdenes de captura contra todos aquellos criminales
que chuparon hasta la última gota de una institución, que era de todos, para que esos culpables terminen finalmente con sus huesos en la cárcel. Esos mismos que, increíblemente,
aún están pelechando dentro de la Sala General y el Consejo Directivo como
advertencia de que, aún sin Ramsés, hay quien vele “por sus intereses”.
La historia de la Uniautónoma no
puede seguir escribiéndose sobre la que ya existe. Se necesita escribir otra con
nuevos y mejores protagonistas para que poco a poco, y con la ayuda del
inexorable tiempo, se puedan cerrar las heridas que han lesionado
irreparablemente a la institución, sus empleados, estudiantes y egresados. Una
nueva historia que tal vez nos lleve a otros 50 años para poder construir, por
fin, esa Autónoma que el Caribe necesita.
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