Por Anuar Saad

Van tres meses esperando que la
Fiscalía se pronuncie sobre el desvío de recursos, la apropiación indebida, el
abuso de poder, las falsificaciones de documentos, alteraciones de actas,
enriquecimientos ilícitos, concierto para delinquir y otros delitos más que
dejaron a esta importante Universidad
literalmente en la ruina.
La comunidad entera espera ansiosa
que se impartan órdenes de capturas que cobijen a los responsables y, que
además, tengan que devolver lo apropiado en la ilegalidad. Muchas cosas tienen
que explicar Ramsés Vargas y sus “alfiles”, esos que tuvieron el poder de
manejar los recursos, gestionar contrataciones, disponer del gasto, nombrar y
ejecutar presupuestos. Hasta un estudiante en primer año de economía es capaz
de deducir, de bulto, que si una empresa tiene un déficit (reconocido
públicamente por el mismo ex - rector) de aproximadamente 30 mil millones de
pesos, pero que es capaz de generar 110 mil millones al año entre matrículas y
convenios, y que además en propiedades tenía más de 100 mil millones, esa
deuda no era un mal mayor. De hecho, era una suma que en menos de 5 años, hubiera podido pagarse. Ni siquiera su ex - rectora y todo su séquito pudieron,
durante años de malos manejos, acabar con la Universidad. Pero Ramsés Vargas y
los suyos, la dejaron en las tablas en menos de 4 años: todo un récord.
Lo conocido ayer fue la tapa de la
olla. Que la madre del Rector se separe de su curul en la Sala General
entregando una ampulosa carta (redactada tal vez por su “travieso” hijo) es indignante.
No por la carta en sí, sino por lo que dice. Es, claramente, la carta de alguien que destila odio y rencor.
De alguien acostumbrado a mentir. Habla, entre otras cosas inverosímiles, de que “la universidad nunca estuvo mejor” (con dos años dos pagos intermitentes a sus empleados); enuncia que estaba “ad portas de la acreditación institucional”, cuando ni siquiera los programas podían acreditarse por el despelote financiero y administrativo que su terrible dirigencia llevó a la institución. Asegura que todo es culpa “del Gobierno”, de “la W Radio” y de funcionarios perversos a los que “él alimentaba”.
De alguien acostumbrado a mentir. Habla, entre otras cosas inverosímiles, de que “la universidad nunca estuvo mejor” (con dos años dos pagos intermitentes a sus empleados); enuncia que estaba “ad portas de la acreditación institucional”, cuando ni siquiera los programas podían acreditarse por el despelote financiero y administrativo que su terrible dirigencia llevó a la institución. Asegura que todo es culpa “del Gobierno”, de “la W Radio” y de funcionarios perversos a los que “él alimentaba”.
Acusa también a la Ministra Giha a la
que además señala de tener familiares contratistas con la Universidad… ¿de ser
así quién diablos los contrató? ¿No fue su administración? Alude tácitamente
que en el mandato de Duque (que él cree gobernará desde el 7 de agosto) hará “que
sepa la verdad”, ¿cuál verdad? pregunto yo. Ojalá entre esas verdades pueda
explicarnos a dónde fueron los dineros recogidos en las bolsas negras y qué se
hizo toda la plata del 2017 porque a los programas académicos no invirtió sino
una ínfima suma. Esperamos, pues, que la Justicia haga lo que debe y que la comunidad
tenga la tranquilidad de ver a los que desangraron a la Universidad tras las
rejas. La famosa carta, en resumen, presenta a un Ramsés víctima. Jamás
victimario. Presenta a un “pro-hombre” que no fue comprendido: un cinismo sin
límites.
Ahora la Academia debe ser capaz de
reinventarse. De salir adelante. De volver a ser lo que siempre fue: la segunda
mejor universidad del caribe colombiano. Por eso es hora de deponer los odios.
De deponer los intereses personales. De desarmar los corazones. De hacer atrás
al egoísmo. De hacer un alto y pensar que lo que está en juego es más grande
que nosotros. Lo que está en juego es la Universidad donde estudiamos, donde
nos enamoramos, donde trabajamos, donde hemos recorrido más de media vida y que,
para bien o para mal, es de la que vivimos.
Gran reto tiene el nuevo rector
Víctor Armenta. Y él lo sabe. De sus ejecuciones dependerá de qué forma pasará
a la historia: si fue el hombre que pudo recuperar la universidad de su más
grande crisis en los 50 años, o si fue el que definitivamente la enterró.
Esperamos, por el bien de todos, que siga manteniendo el rumbo correcto y dando
muestras de querer hacer las cosas bien.
A estas alturas no podemos ser buitres.
Es hora de pensar en la Academia y no tratar de pescar en río revuelto. Debemos
hacerlo por esa Alma Mater a la que juramos servir y que hoy, cuando más nos
necesita, no podemos dejarla a su suerte. La Uniautónoma, esa universidad que
está tatuada con tinta indeleble en el corazón de todos los habitantes del
caribe colombiano, debe no solo recuperarse de este nuevo golpe: debe llegar a
ver, por fin, la luz al final del túnel. Esa luz que nos dé la esperanza de que
un final feliz sí puede ser posible y este lo será en la medida de que seamos
capaces de anteponer el bien común al personal. Solo así, volveremos a tener la
Uniautónoma que queremos.
Directivos, profesores, estudiantes, empleados,
grupos sindicales, egresados y empresarios debemos aportar un grano de arena
para hacer de ella una Universidad que vuelva por la senda de la excelencia. Para
que esa universidad, la misma que Mario Ceballos Araújo y tres amigos más
(ningún Vargas entre ellos) idearon fundar en ese ya lejano día de 1967, vuelva
a generar para nuestra región “Ciencia para el Progreso”.
Comentarios
Publicar un comentario
Comente aquí