Crónica móvil, de una movilidad inmóvil


Por Anuar Saad

Si usted es de una de esas personas que tienen un genio poco apacible; que puede perder el control en determinados momentos; ese al que su médico le ha aconsejado acudir a la paciencia y la tolerancia para mejorar su calidad de vida y congeniar mejor con sus coterráneos, les tengo un ejercicio excelente para determinar cuán tolerantes, pacientes y comprensivos se han vuelto desde que se lo propusieron.

Para este ejercicio es necesario que posea un vehículo. No importa cuál. Debe tomar la carrera 47 bajando hasta la calle 74, preferiblemente entre las 4 y seis de la tarde. Sintonice la radio. Puede ir escuchando los programas de humor, de noticias o musicales, que al final, en medio del desespero, no sabrá ni qué diablos es lo que escucha. Notará que su recorrido desde la calle 90 –por ejemplo-hasta la 74 bajando por la carrera 47 será sin contratiempo y le hará pensar que está manejando en Holanda. En menos de 5 minutos usted se dispondrá a tomar el cruce de la 74. Cosa fácil. Como quitarle un caramelo a un niño.

El primer síntoma de que algo no anda bien, es que al cabo de siete minutos, aún no has podido cruzar a la 74. Cuando lo hace, quedará atrapado en medio de autos y motocicletas que a la brava han tratado también de cruzar.  Como llevas el vidrio arriba, no puedes escuchar que el que está detrás de tu carro te grita una florida variedad de improperios en la que tu madre es protagonista porque cree que usted es el causante del trancón.

Tu hija, que te acompaña en el trayecto, inocente creerá que alguien te está saludando justo al momento en que te adelantas para tomar un lugar en una fila que se hace interminable. No es un saludo. Es alguien te hace una seña con el dedo medio de la mano. El semáforo parece estar siempre en rojo. El reloj te dice que llevas 17 minutos y solo avanzaste dos cuadras. Un auxiliar de tránsito no sabe qué hacer y mira a su compañero de enfrente como pidiéndole auxilio. Un bus se atraviesa por la carrera 49 y ya nadie ni sube ni baja. El nudo se vuelve intimidante y las esperanzas de salir pronto se desvanecen. Te dan ganas de mandar al carajo las terapias de paciencia y tolerancia y mentarle la madre a alguien, aunque en medio del tumulto, no sabes a quien.

Para tranquilizarte, sacas tu celular. Tratas de chequear algunas notificaciones cuando sientes que alguien golpea tu ventana. Un agente de tránsito de hace señas para que bajes el vidrio y recibas un comparendo de 390 mil pesos por utilizar el celular mientras conduces.

-No estoy conduciendo señor agente. ¿No ve que estoy detenido aquí hace 20 minutos?- le dirás con poca cortesía. El hombre, pequeño, sonrosado, de cabello liso y de inocultable acento bogotano, apenas sonríe. “Si paga mañana le rebajan el 50%”, te dice.

Intentarás preguntarle “que si no sabe quién soy yo”, y en ese momento te acuerdas que no eres nadie y te callas. El agente se cuela a los cipotazos entre el enjambre de vehículos que desenfrenados hacen tronar sus bocinas mientras que alguien te grita para que te muevas. La cosa empieza a avanzar.

Justo antes de la carrera 53, el carril por el que vas se detiene. Un hombre al volante de una camioneta Audi que porta orgulloso la camiseta del Junior (¡Pobre! No se imaginaba la humillación que iba a sufrir horas después) se para descaradamente a comprar un “Vive 100” sin importarle un bledo que por fin los autos se están moviendo. Cuando quiere reaccionar, el semáforo, otra vez está en rojo.

La calle abarrotada de vehículos que parecen rozarse unos con otros no da abasto. Parece sacada de un juego de Fisher Price: una miniatura que no puede contener la avalancha de carros que quieren llegar a su destino. Tres cuadras más adelante y 40 minutos después, cuando todo parece normalizado, una “audaz” señora que va por el carril izquierdo intenta cruzar a la derecha. Se detiene en la mitad de la calle sin dejar pasar a nadie entre los madrazos solidarios de conductores que, como usted, ya ha perdido la paciencia. La vieja saca su cara de “Pepita Mendieta” por la ventana y muy refinada trata de responder a los improperios como si la cosa no fuera con ella.

Un camión de la Coca-Cola está parqueado al lado izquierdo sobre avisos de “No Parquear”, mientras que dos operarios esquivan no sé cómo a los carros cargando sobre  sus hombros canastas llenas del refresco.  Media cuadra más abajo dos motorizados que reparten domicilios sostienen una amena charla en plena vía, sobre una futura fiesta que dará la amiga de uno de ellos. La movilidad, como siempre, empeora. De hecho, la calle 74 de Barranquilla debe tener uno de los peores índices de movilidad en Colombia.

Mientras tanto, a las autoridades distritales parece no interesarle la problemática e insisten en que el pico y placa para particulares en Barranquilla “no es necesario” a pesar que la construcción de edificios, centros comerciales y urbanizaciones se disparan exageradamente, pero la infraestructura vial es la misma de hace cincuenta años.

Al final, para llegar desde la carrera 47 hasta la 59 por la calle 74 demorarás 54 minutos. Te habrás hecho acreedor a un comparendo; casi te vas a los golpes con un chabacán que se adelantó a la brava; insultaste –mentalmente—a la señora “audaz” del giro a la derecha; recordarás con desprecio al cínico de la camiseta del Junior comprando Vive 100 en plena vía y compadeciste a los pobres auxiliares de tránsito que no sabían qué carajo hacer: si dar el paso a los de la calle o a los de las carreras.

Pero de lo que sí estoy seguro es que si usted alcanzó a llegar de una pieza a su casa sin  síntomas de un infarto o, por lo menos sin agredir ni ser agredido por alguien, ya alcanzó el nivel uno de tolerancia. El mismo nivel que perderá, si se atreve a atravesar la ciudad por la carrera 38.


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