Por
Anuar Saad
-La
solución es más estructural- le escuché decir a uno.
- Todo
siempre se queda en promesas. Nos ilusionan, y después…la verdad es otra-
replicó otro con cara de tragedia.
-Para
remate- terció el que aún no había dicho nada –siempre son los mismos con las
mismas. Y ya ves, el jodido siempre es el pueblo.
-Eso
pasa cando no hay organización. Cuando se manejan las cosas improvisadas. Por eso
es que la gente ya no les camina.
-¡Y el
colmo es que nos quieren ganar de populismos! Nos endulzan el odio para que
creamos que ahora sí la cosa va a cambiar- intervino alguien detrás del
mostrador.
La
conversación, captada en una trasnochadora tienda de Los Nogales, parecía un
diálogo sobre la política colombiana. Por un momento pensé que era una profunda
reflexión sobre la campaña electoral, sobre lo que ofrecían los candidatos y lo
cansada que estaba la gente de escuchar las mismas cosas, casi siempre a los
mismos.
Me
equivoqué. Estaban hablando de la repitente eliminación del Junior de
Barranquilla; de su nuevo fracaso y de cómo se ha manejado mal –a través de la
historia- un equipo que aunque finge ser “grande” está demostrando en su
concepción ser muy, muy pequeño. Y es que en el fútbol, como en la política, ya
no se vale prometer. No se vale ilusionar. No se vale improvisar y, mucho
menos, no se vale no pensar en el pueblo.
Porque
en el fútbol, como en la política, el pueblo (ese al que casi siempre usan) les
terminará pasando factura de cobro. Y hoy los hinchas del tiburón –hoy reducido
a una mísera sardina- ya no aguantan más que lo que debe ser un gran club
deportivo, se siga manejando como si fuera una tienda grande destinada a
someterse a los caprichos, impulsos y arrebatos de sus dirigentes que cada
semestre anuncian “un proyecto futbolístico” que jamás arranca.
¿Cuál
es el proceso que en su historia ha iniciado Junior? ¿A quién tiene el equipo
como ese gran veedor caza-talentos que pueda capturar a las estrellas que
surgen y ficharlos antes de que se vuelvan incomprables? ¿Cómo es la coherencia
entre las divisiones inferiores y el ascenso al equipo de primera división?
¿Qué director técnico ha tenido el tiempo para desarrollar un proyecto de
equipo que por fin brinde las satisfacciones que se merecen sus hinchas? ¿Cómo
es posible que por más de cincuenta años nos sigan llenando de paquetes a precios
de estrellas y no pasa absolutamente nada?
Junior
de Barranquilla es un equipo alérgico al triunfo. Un equipo que se acostumbró
al fracaso. Su último título de la Liga fue en 2011. El semestre pasado,
demostrando que sigue fiel a su costumbre de oponerse a ganar, contra todos los
pronósticos despilfarró su oportunidad de ser campeón al perder con el América
de Cali (prácticamente con un equipo de la B) y dejó escapar la oportunidad de
ganar por fin un título internacional que le serviría para resarcir su imagen ante
el mundo en esta clase de eventos en los que no solo no gana nada, sino que
queda eliminado en las primeras de cambio.
Como a
los malos políticos, el Junior no aprende de sus errores. Su caótica organización
es un caldo de cultivo para la anarquía. Es un club donde “las roscas” quitan y
ponen técnicos; donde son permisivos con los malos comportamientos personales
de jugadores que, además, ganan millones. El caso de Teófilo Gutiérrez, es solo
uno entre decenas, de jugadores conflictivos que terminan más restando que sumándole
al plantel.
Y así
como los partidos políticos tradicionales son despreciados por los ciudadanos,
la tradicional directiva del club ha perdido el apoyo de los aficionados. Se
nota a leguas el desdén con que se maneja un club que debe ser patrimonio de la
costa caribe. Las destempladas declaraciones de su máximo accionista hacen
pensar que el equipo es más “un fastidio” para sus dueños, que la pasión que
debería ser.
Este
fracaso es uno más que demuestra que hay una enorme diferencia entre manejar
una red de supermercados y un equipo de fútbol. Un equipo grande no se maneja
con promociones de miércoles de plaza. No se maneja con cantos de sirena cada
vez que hay movimiento electoral.
Un
equipo, en toda la significancia que tiene la palabra equipo, es más que
contratar tres jugadores costosos. Es unidad. Es trabajar bajo una directriz
que te permita saber hasta dónde puedes y quieres llegar. No es prometer –como algunos
políticos- pavimentar el Magdalena.
Qué
paradoja que mientras el Alcalde Alex Char ha convertido a Barranquilla en la
ciudad deportiva de Colombia gracias a la construcción y remodelación de escenarios
deportivos, la ciudad adolezca de un equipo que esté a su altura.
¿Y
ahora qué? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Muchos creen que el Zurdo VII está a
la vuelta de la esquina o piensen en la continuidad de Julio IX. ¿Qué pasará
con Teo –jugador que cobra uno de los sueldos más alto en Colombia- pero que su
comportamiento va en contra del bienestar del equipo? ¿Hasta cuándo
soportaremos a Viera a quienes todos reconocen como el líder que quita y pone
técnicos a pesar de que ya solo detiene las pelotas que detiene cualquier
arquero principiante?
Como
de los malos políticos, el pueblo ya se cansó de estas desdibujadas versiones
de un equipo que alguna vez fue grande. Ahora no hay lugar para nuevos
fracasos. La disyuntiva solo deja dos opciones: apostar por fin a ganar algo
con base a un proceso serio, o recoger la carpa y cerrar o vender el circo. Tal
vez así, tengamos la esperanza de que los nuevos payasos, por lo menos nos
hagan reír.
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