Por Anuar Saad

El éxodo del hermano país ha tenido a
Colombia como uno de sus destinos finales. Muchos de ellos dicen “estar de paso”
a la espera de que las cosas allá mejoren, pero otros, que ya no ven esperanza,
piensan arraigarse con sus retoños en Barranquilla. Aquí, ellos, son uno más.
Los barranquilleros en general han asimilado la invasión de venezolanos de la
mejor manera entendiendo que no están aquí por gusto, sino por necesidad. Los
mayores recordamos que hace varias décadas la historia era distinta: los
nuestros emigraban hacia Venezuela en busca de mejores oportunidades que sí
encontraron. Muchos mejoraron su calidad de vida y, lo que hoy poseen, se lo
deben a ese país.
El problema es que aunque el Distrito
ha hecho ingentes esfuerzos por saber cuántos son y tratar de mitigar sus
necesidades básicas –como la salud y la educación por ejemplo—esto no será
posible hasta que haya una legalización de todos los que entraron huyendo del
régimen de Maduro.
Dentro de las medidas
que se han tomado para organizar la desbordada migración de
venezolanos que se han repartido en todo el departamento del Atlántico es la
obligación de inscribirse en el Registro
Administrativo de Migrantes Venezolanos lo que permitirá al gobierno tener más
información sobre la migración en el país, y de ahí redireccionar la formulación y diseño de una política integral
de atención humanitaria para ellos. Hasta ahora, un poco más de diez mil
núcleos familiares han sido registrados, pero el número puede ser mayor.
Mientras tanto, detrás de la aparente
convivencia, se esconden problemas. Uno de ellos, es la “lucha por el
territorio”. Es frecuente ver decenas de venezolanos discutiendo en un punto
estratégico de la ciudad por el derecho de estar ahí, ofreciendo algún producto,
cuando días antes, otros venezolanos ya los “habían colonizado”. Pero peor, es
la sensación entre los vendedores informales de la ciudad –los nativos—que se
quejan porque ahora hay más competencia: donde existían 10 vendedores, ahora
hay 20. Es decir, menos ganancia para ellos. Ya los famosos “limpia vidrios”
criollos están en vías de extinción. El oficio ha sido asumido de lleno por
adolescentes venezolanos fácilmente identificables por su colorido acento. Sin
embargo, no hay rechazo: de alguna manera el pastel de ciudad se ha repartido
entre todos.
Lo que sí ha generado profunda
preocupación son los casos de enfermedades que han sido “importadas” desde
Venezuela, como el sarampión del que se reportaron algunos cuadros y la
afluencia de mujeres embarazadas o con bebés de pocas semanas de nacidos
deambulando por las calles en medio de un limbo legal para acceder a los
servicios de salud. Si de por sí para un ciudadano colombiano el acceso a una
cita en una EPS es un drama, no nos imaginamos la tragedia que representa para
una madre venezolana tratar que algún hospital atienda a su hijo.
A todo esto se suma la inseguridad.
No todos los que han llegado a la ciudad han recurrido al rebusque
honesto para ganarse la vida. Ya el reporte de las autoridades sobre bandas
delincuenciales conformadas por venezolanos han disparado todas las alertas,
sumado a los casos de homicidio en los que un ciudadano del vecino país, han
estado involucrados.
Es por eso que el Distrito debe
redoblar las medidas para determinar de forma con fiable cuántos y quiénes son
los que migraron hasta Barranquilla y empezar a poner en marcha estrategias que
permitan que estos tengan acceso a la salud y la educación en medio de un
procesos rápido de “legalización” teniendo en cuenta el enorme drama humano que
viven a raíz de la complicada situación de su país.
Tenemos una deuda con ellos
de vieja data. Pero el golpe de la ola migratoria no puede desbordar los
recursos del Distrito, es decir, los que ya están…están ¿pero se puede seguir
recibiendo a más venezolanos en estas precarias situaciones? Lo cierto es que
esta ciudad sigue siendo de puertas abiertas. Es acogedora, amañadora y querendona.
De ahí que todo el que la pisa no duda en asegurar –rememorando al inolvidable
Joe Arroyo—que “…en Barranquilla me quedo”.
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