Venezolanos: ¿en Barranquilla me quedo?


Por Anuar Saad

Están ahí. En un sardinel de la calle 72; en cualquier esquina al pie de un semáforo; debajo de los prolíficos palos de mango tomando un descanso de sus arduas caminatas; con bolsas de dulces que vocean con su acento peculiar; de auxiliares en negocios informales y en algunos formales y hasta deambulando por los centros comerciales. Los venezolanos en Barranquilla, están en todas partes.



El éxodo del hermano país ha tenido a Colombia como uno de sus destinos finales. Muchos de ellos dicen “estar de paso” a la espera de que las cosas allá mejoren, pero otros, que ya no ven esperanza, piensan arraigarse con sus retoños en Barranquilla. Aquí, ellos, son uno más. Los barranquilleros en general han asimilado la invasión de venezolanos de la mejor manera entendiendo que no están aquí por gusto, sino por necesidad. Los mayores recordamos que hace varias décadas la historia era distinta: los nuestros emigraban hacia Venezuela en busca de mejores oportunidades que sí encontraron. Muchos mejoraron su calidad de vida y, lo que hoy poseen, se lo deben a ese país.

El problema es que aunque el Distrito ha hecho ingentes esfuerzos por saber cuántos son y tratar de mitigar sus necesidades básicas –como la salud y la educación por ejemplo—esto no será posible hasta que haya una legalización de todos los que entraron huyendo del régimen de Maduro. 

Dentro de las medidas que se han tomado para organizar la desbordada migración de venezolanos que se han repartido en todo el departamento del Atlántico es la obligación de inscribirse en el Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos  lo que permitirá al gobierno tener más información sobre la migración en el país, y de ahí redireccionar  la formulación y diseño de una política integral de atención humanitaria para ellos. Hasta ahora, un poco más de diez mil núcleos familiares han sido registrados, pero el número puede ser mayor.

Mientras tanto, detrás de la aparente convivencia, se esconden problemas. Uno de ellos, es la “lucha por el territorio”. Es frecuente ver decenas de venezolanos discutiendo en un punto estratégico de la ciudad por el derecho de estar ahí, ofreciendo algún producto, cuando días antes, otros venezolanos ya los “habían colonizado”. Pero peor, es la sensación entre los vendedores informales de la ciudad –los nativos—que se quejan porque ahora hay más competencia: donde existían 10 vendedores, ahora hay 20. Es decir, menos ganancia para ellos. Ya los famosos “limpia vidrios” criollos están en vías de extinción. El oficio ha sido asumido de lleno por adolescentes venezolanos fácilmente identificables por su colorido acento. Sin embargo, no hay rechazo: de alguna manera el pastel de ciudad se ha repartido entre todos.

Lo que sí ha generado profunda preocupación son los casos de enfermedades que han sido “importadas” desde Venezuela, como el sarampión del que se reportaron algunos cuadros y la afluencia de mujeres embarazadas o con bebés de pocas semanas de nacidos deambulando por las calles en medio de un limbo legal para acceder a los servicios de salud. Si de por sí para un ciudadano colombiano el acceso a una cita en una EPS es un drama, no nos imaginamos la tragedia que representa para una madre venezolana tratar que algún hospital atienda a su hijo.

A todo esto se suma la inseguridad. No todos los que han llegado a la ciudad han recurrido al rebusque honesto para ganarse la vida. Ya el reporte de las autoridades sobre bandas delincuenciales conformadas por venezolanos han disparado todas las alertas, sumado a los casos de homicidio en los que un ciudadano del vecino país, han estado involucrados.

Es por eso que el Distrito debe redoblar las medidas para determinar de forma con fiable cuántos y quiénes son los que migraron hasta Barranquilla y empezar a poner en marcha estrategias que permitan que estos tengan acceso a la salud y la educación en medio de un procesos rápido de “legalización” teniendo en cuenta el enorme drama humano que viven a raíz de la complicada situación de su país. 

Tenemos una deuda con ellos de vieja data. Pero el golpe de la ola migratoria no puede desbordar los recursos del Distrito, es decir, los que ya están…están ¿pero se puede seguir recibiendo a más venezolanos en estas precarias situaciones? Lo cierto es que esta ciudad sigue siendo de puertas abiertas. Es acogedora, amañadora y querendona. De ahí que todo el que la pisa no duda en asegurar –rememorando al inolvidable Joe Arroyo—que “…en Barranquilla me quedo”.

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