A ti, Ramsés


Por Anuar Saad

Agentes del CTI en la habitación de hotel donde hallaron al prófugo Ramsés Vargas
Ahora tienes algo nuevo –y verdadero—que agregar a tu ampulosa hoja de vida. Casi que podría pedir que tu nombre fuera incluido en los Records Guinness: nunca conocí la historia de un depredador tan voraz como tú. Alguien con la capacidad de carcomer como una horda de langostas hasta lo más profundo de una institución educativa dejándola, según las investigaciones reveladas, literalmente al borde de la ruina. Dicen que no dejaste propiedad, título valor, cuenta de ahorro, CDT o activos en pie. Solo quedaron –como testigos mudos—los ancestrales ladrillos rojos que nos recuerdan la historia. Esa historia en la que tú, Ramsés Jonás Vargas Lamadrid, el hombre con nombre de faraón, eres un triste y oscuro protagonista. Uno que creyó que podía manejar una universidad como una pirinola en que solo cabía una posibilidad: tomarlo todo.
Ramsés Vargas minutos después de su captura

Llegaste con una buena piel de oveja encima. Una piel que logró camuflarte y hasta hacer que muchos creyéramos en ese discurso de buenas intenciones. “El compromiso con la Academia”. “Crecí en estos pasillos”. “La Autónoma es parte de mi”. “Llevaré a la universidad al sitial que se merece” y decenas de frases más con que tú, veterano encantador de serpientes, te burlaste de toda la comunidad. Aún recuerdo una que repetías insistentemente y que se la achacabas a tu padre: “El dinero de la nómina es sagrado”. Me imagino que allá, en tus lujosos apartamentos, te desternillabas de la risa repitiéndole a tu padre lo que le decías a tus empleados. ¡Y los estúpidos se lo creían!, seguro que le decías.

Pero los colmillos atravesaron la piel de oveja. En 2016 la careta empezó a caer y dio inicio la agresión contra lo más sagrado que tiene un trabajador: su salario y su dignidad. Para poder aumentarte hasta el límite de lo impensable tu salario como rector, decidiste rebajarles el sueldo a los directores de programa. A ellos quienes sí habían trabajado sin descanso por mantener a flote una Universidad que tú mismo estabas hundiendo. Le recortaste casi dos millones de su sueldo, al mismo tiempo que aumentaban en 30 millones más el tuyo.

Y mientras los meses pasaban sin que el cuerpo docente pudiera hacer un mercado decente o pagar su arriendo u obligaciones, circulaba en los medios una mansión en Boca Ratón avaluada en casi 8 millones de dólares que ¡oh sorpresa! habías adquirido junto a otros curiosos “juguetes”: carros estrafalarios de colección y propiedades alrededor del mundo que repartías entre tus hijos, tus primos y tus amigotes. Yates bautizados sin rubor alguno con el nombre de tu madre que de seguro ni se preguntaría –ni le interesaba hacerlo—de dónde diablos salía tanto dinero para lujos de película. Mientras en la cena de navidad de los trabajadores de la Uniautónoma no había siquiera un pan, tú y toda tu familia, posaban en insultantes fotos en redes sociales, con bacanales exageradas desde cualquier lugar del mundo. Gastándote, eso sí, un dinero que no era tuyo.

Aún la comunidad espera saber qué pasó con los 9 mil millones de la ficha del equipo de fútbol y el pase de sus jugadores. A dónde fueron a parar los 12 mil millones de un contrato con el Sena en el que a los profesores, aún no les han terminado de pagar. ¿Dónde está el dinero del pedazo de Polideportivo vendido? O de todas las casas que pertenecían a la U y se feriaron al mejor postor, entre ellos, a los mismos amigotes que terminaron comprando bienes de la Autónoma a precio de huevo y por los que la Universidad les paga arriendo.
Mientras no había dinero para pagar a tus profesores, te vanagloriabas gastando a diestra y siniestra en eventos que solo servían para alimentar tu ego enfermo y retratarte con personajes que poco aportaban realmente a la academia. El dinero se fugaba en cantidades alarmantes y según denuncias de medios, muchos millones fueron a parar a la fachada de la Uniautónoma en Miami, parapeto montado exclusivamente para poder justificar la fuga de capital. Pero allá terminó pasando lo mismo: incumpliste con los profesores y el gobierno estadounidense tuvo que meterte en cintura e, incluso, cerrar la “sucursal”.

Tratabas de mantener tu imagen –que ya hacía agua—y sostenías reuniones furtivas con directores de medios para engatusarlos con tus discursitos de académico postizo. Mismos directores que debían saber que no tenías capacidad alguna para escribir dos palabras juntas, porque como todo en ti, hasta tus “columnas” eran falsas. Te encerraste en un círculo de poder que pudría todo lo que tocaba. Sin remordimiento alguno asistías a misa de seis y te arrodillabas como buen cristiano tratando de reflejar la imagen de “pobre viejecita” que nadie terminó creyendo. Resultaste tristemente peor que la corrupción que supuestamente ibas a atacar en la Universidad. En tu caso, si cabe aquello de que el remedio fue peor que la enfermedad.

Seguro que ahora extrañarás las bacanales que hiciste célebre en tu guarida del  cuarto piso. En el escondrijo de encierro con tus amigotes en que celebrabas, de seguro, la ruina de tus empleados, pero el ascenso de tu súbita riqueza. Seguías pudriéndolo todo.

En los últimos meses te resistías a renunciar. Querías raspar la olla. Pero ya era tarde. Los profesores a los que humillaste; los estudiantes a los que les incumpliste con su promesa de calidad académica; los padres de familia que se sintieron engañados; los líderes sindicales que valientemente resistieron tus embates y agresiones, todos, terminaron cavando tu sepultura. Más allá de la cínica carta que tu querida madre se atrevió a leer en tu defensa cuando decidiste renunciar, así de grande es el ridículo que hiciste.

No tuviste la gallardía de entregarte. No eras “un ave libre que vuela” como te calificó tu padre, ese falso fundador de la Autónoma. Eras un prófugo de la justicia buscando refugio en un motel discreto de Cartagena donde, como todo rufián, te alojaste con un nombre falso.


Pero en la media noche de ayer te despertaron de tu sueño de “vuelo de libertad”. Como en el poema, tocaron a tu puerta. Venían por ti. Había llegado la hora para que por fin, les respondas a las 1300 familias que integran la Universidad Autónoma del Caribe y a los diez mil estudiantes a quienes vulneraste su derecho a la educación. Ya no hay donde esconderse. Toda la ciudad y la región claman justicia: es la hora de pagar.

Comentarios

  1. No queremos solo condena: deben expropiarle los bienes adquiridos con el dinero robado y reparar con ellos asus víctimas, los empleados de la Universidad Autónoma del Caribe

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