
¿Está pasando
algo con el periodismo? No es una pregunta retórica. Es una que pretende
contextualizar el ejercicio de la profesión en los nuevos tiempos. Antes, un
periodista sabía que tenía un oficio en un medio definido, sea prensa escrita,
radio o televisión. Hoy, los nuevos comunicadores sociales – periodistas que
paren las facultades en el país, según un informe de la Red Ética de la FNPI, no
se presentan como “periodistas”.
El informe
detalla que cada vez menos egresados de comunicación dicen que son periodistas.
En cambio, lo hacen como creadores de contenido o expertos en redes
sociales. “En otras palabras, tienes más probabilidades de encontrar empleo si
no te defines en tu hoja de vida como periodista”, recalca el citado informe.
No es un
secreto que muchos cursan la carrera con el desánimo de haber fracasado en
otras, o porque en las Ciencias Sociales y Humanas, hay muy pocos encuentros
con el álgebra, las matemáticas y la trigon ometría. Pero el asunto pinta peor:
la evolución tecnológica le ha salido al quite a la profesión de periodista
creando nuevos escenarios –hasta hace poco desconocidos—para realizar labores
comunicacionales que, no necesariamente, necesitan el rótulo de periodistas.
En la última
década cada vez más jóvenes se han amoldado al formato de las redes sociales
para contar o leer historias. Un sondeo rápido entre estudiantes de
comunicación social – periodismo revela que pocos leen prensa escrita; que ven
escasa televisión; no consideran necesaria la radio pero, en cambio, están al
día en la tecnología de la comunicación con celulares de alta gama; portátiles
donde les cabe el mundo y una Tablet que los acompaña cuando van de afán.
Es una nueva
categoría que puede presentarse como “gestores de contenidos”; “asesores en
mercadeo digital”; “editores digitales” y múltiples nuevas denominaciones que
aún no son homogéneas porque, apenas, están en plena ebullición. Esta nueva
generación de “pensadores sociales”, son capaces de conectar la realidad con la
comunidad. Son dueños de una nueva dinámica más allá de las viejas salas de
redacción donde se reporteaba, se corregía, se editaba y se publicaba. Los
nuevos formatos de grandes medios son minimalistas: menos personal; menos
inversión en sistemas costosos de impresión; menos tiempo real dentro de la
empresa y más interconexión digital, producciones multimedia; graficaciones e
infografías interactivas que de un vistazo ilustran al lector. Ya en Europa y
Estados Unidos se sienten los vientos de renovación que están sepultando al
periodismo tradicional o, por lo menos, a la vieja forma de ejercer el oficio.
Nuevos
tiempos
Como valor
agregado, esta nueva camada de los que dicen ser “no periodistas” pero cuentan
historias, tienen la capacidad de generar empatía entre lo que la gente quiere
saber (estudiando el comportamiento de las redes) y lo que finalmente se
transmitirá como un mensaje, una historia, una escena narrativa, mucho más allá
que la noticia que produce el reportero tradicional.
Si hace tres
décadas el oficio del periodismo era amenazado por la generación de empíricos
que dominaban la sintonía y la lecturabilidad en el país por encima de los
egresados de las facultades, hoy esa amenaza parece haber cobrado nueva vida.
La diferencia es que “estos nuevos empíricos” no son veteranos del oficio, sino
mozalbetes avezados, atrevidos, inquietos, tecnológicamente formados que han
pulido, a punta de twitter, Instagram y Facebook, una habilidad natural para
conectarse con el mundo a partir de las historias que son capaces de compartir.
Y no necesariamente todos son empíricos. A falta de encontrar una opción más
cercana a sus preferencias, terminan también camuflados en los programas de
comunicación y periodismo.
Es cierto que
en este escenario haya más riesgo de ser permeado por las falsas noticias y que
hechos que jamás sucedieron sean replicados en cadenas interminables, con tanta
frecuencia, que terminan aceptándose como una verdad. Pero no entre la
generación del relevo, esa que, además, ya sabe diferenciar de una historia cierta
de un fake news. El navegar
incesante por el ciberespacio y conocer sus interminables vías virtuales los
hace dueños de un “olfato” especial para detectar amenazas a la verdad.
Paradójicamente suelen ser los de mayor edad, quienes asumen como cierto todo
lo que circula por la red.
Sin embargo, la reciente
experiencia que dejó la supuesta llegada de Quintin Tarantino al Festival
Internacional de Cine de Barranquilla, anunciado por la fuente oficial, se
consumió como verdad, cuando en realidad fue un “engaño de película”, es un
llamado de atención al papel de los medios que, en estos tiempos de
multiplicidad de información, deben tener aún más control sobre lo que dice la
fuente. “Sospechar siempre”, podía ser el lema.
Hoy los vientos
del “nuevo periodismo” no son los que predicaba hace más de 50 años el genial
Truman Capote ni esa explosión de periodistas – escritores conjugados en
Talese- Mailer- Dos Passos- Wolfe (solo por nombrar algunos) sino que acepta,
de una manera más literal, su calificación de “nuevo”: nuevas formas, nueva
manera de conectarse con la comunidad, nueva portabilidad, nuevas estrategias
de reportear y, por supuesto, una nueva dinámica para contar la historia (casi
siempre in situ). En resumen, son nuevos
periodistas que aprovechan sus dispositivos móviles para realizar y construir
historias, más allá de la noticia.
Las
Facultades, al tablero
Ante este
escenario que ya no se puede considerar amenaza sino realidad, los daños
colaterales no se hacen esperar: despido de personal en salas de redacción;
noticieros televisivos; cadenas radiales; revistas y otros medios. La era de
simplificarse gracias a la tecnología, hace que los aparatajes sean menos
complejos: tanto en los requerimientos técnicos, como el material humano. Y si
los medios ya se están sintonizando con esta nueva tendencia del ejercicio de
un “periodismo diferente”, el reto lo tienen ahora las Facultades donde se
forman los periodistas. ¿Qué necesitan las empresas de comunicación? ¿Con
cuáles destrezas deben salir preparados esos nuevos egresados? ¿La tecnología,
programación, búsqueda de datos, técnicas infográficas; periodismo móvil,
“influencer”, “youtuber”, analista de redes sociales, entre otros, deben acaso
seguir siendo asignaturas electivas o de relleno o, acaso, son las que ahora
deben liderar la formación de ese nuevo ser comunicacional?
Los tiempos han
cambiado. Y aunque los que enseñamos periodismo sigamos refunfuñando para
nuestros adentros creyendo que “esta juventud no lee”, lo cierto es que lee
más. No los veremos con un mamotreto de 650 páginas en sus manos ni buscándole
la gracia a los dos tomos de El Quijote. Pero es un hecho que en las horas y
horas de navegación se encuentran con portales donde jóvenes comparten su
“ópera prima” literaria, sean novelas, poemas o crónicas. Conocen el mundo a
través de los blogs y son enfocados según su grupo de interés. Ya no les
interesa saber cómo Capote parió “A sangre fría” ni cuántos días duró Gabito
encerrado para escribir “Cien años de Soledad”. Hoy, con su móvil, van tras los
pasos de un asesinato serial o viajan para hurgar en los recovecos de un pueblo
sumido en el olvido: la fuerza de la representación y la narración ha tomado,
en manos de los nuevos comunicadores y las nuevas tecnologías, un nuevo
significado.
Más oportunidades
Pero las noticias, aunque preocupantes, no tiene por qué ser
malas. Ahora los nuevos profesionales de la comunicación y el periodismo tienen
muchísimas más oportunidades que hace una década. Antes, un egresado tenía un
círculo muy limitado de sectores donde podría conseguir trabajo: la sala de
redacción de un periódico; en una revista; un programa radial; en un canal de
televisión o trabajando en el departamento de comunicaciones de una empresa. En
estos tiempos, la carpeta se amplía, generando espacios más prolíferos en que
los nuevos egresados, más que empleados, sean sus propios jefes en portales web
de distintos tipos; con radio on line;
con programas diarios a través de Facebook live o Youtube; generadores de
contenidos multimedia; expertos infográficos que narran graficando en 3D dando
a conocer todos los aspectos de una historia; multiplicador de contenidos a
través de las redes sociales; asesor de comunicación digital, hasta escritor y
autor de novelas gracias a portales en la web que están esperando por nuevos
manuscritos, experto en periodismo de datos; analista de redes sociales, entre
otras muchas posibilidades.
Mientras tanto,
los periódicos tradicionales que luchan por seguir manteniendo informada a su
ciudad, suspiran de nostalgia por los tiempos idos. Aquellos donde se imprimían
más de 70 mil ejemplares que hoy, escasamente, llegan a quince mil. Saben que
el futuro no está en el olor a tinta ni en el papel. Está pertrechado tras la
pantalla de un computador que día a día los retará para generar nuevos y
dinámicos contenidos y, además, generar algo que la prensa tradicional jamás
pudo conseguir: una conexión de verdad con la comunidad.
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