No nos digamos mentiras: uno siempre cree que
las cosas malas le pasan a los demás. No sabemos a ciencia cierta qué es lo que
hace que pensemos que si el mundo se cae, el pedazo de mundo que habitamos
nosotros va a quedar intacto. Tal vez este pensamiento haya sido uno de los
factores para que un virus terrible y altamente contagioso se propagara con
facilidad: sólo, cuando alguien cercano cae víctima de él, entendemos que
también nos puede pasar a nosotros.
Carlos Espinoza (llamaremos así a nuestro
personaje quien pidió mantener la reserva de su nombre) es un hombre alto y
fuerte como un roble. Dedicado a la ganadería, demostraba esa vitalidad envidiable que
alguien, acostumbrado a los quehaceres propios de esa profesión, suelen poseer.
La última vez que nos vimos fue en una reunión
de amigos en diciembre del año pasado a la que se presentó alegre con una botella
de Chivas Regal de 18 años que, cuando puso en la mesa, ya le faltaban más de
cuatro dedos.
-Es que del camino hacia acá me tomé unos
cuántos- dijo.
Sus amigos atribuíamos su silencio de las últimas semanas a que el hombre estaba dedicado a cuidarse y también, a pasar revista por una población del Magdalena donde tenía parte de su ganado.
Pero hoy, después de más de casi un mes de
silencio, puso un mensaje en el grupo:
-“Compañeros,
no quería comentar nada, pero hasta ahora empecé a salir del hijueputa Covid
ese”.
Después de las lógicas muestras de cariño y
solidaridad, todos queríamos saber qué le había pasado y cómo había vivido
estos días de enfermedad.
-Ustedes no saben lo que es dormir durante diez
días pegado a una bala de oxígeno-dijo en el mensaje con una voz tan triste que
no parecía la suya.
“Todo me empezó con una fiebre muy alta que no se bajaba con nada. Después me atacó un dolor de cabeza terrible y una flojera tan grande que no me daba ganas de hacer nada. La primera prueba que me hice, dio negativa pero a los pocos días me hice otra y salió positiva- narra él para empezar a relatar el drama que vivió los días posteriores.
Dice que lo siguiente, fue soportar la hospitalización.
“Fui muy bien atendido en la EPS Sanitas. No puedo quejarme. Tuve buenos
médicos que empezaron un tratamiento agresivo combatiendo la fiebre y la falta
de aire que me atacaba: tenía el 85% de oxigenación, por lo que me recluyeron
en un gran salón donde habían por lo menos diez más enfermos como yo.
-¿Saben lo que es dormir con diez personas a tu
lado tosiendo más que tú y que se veían peor que tú? Eso fue lo más terrible:
crees que te vas a morir. Me inyectaron betametaxona y otras drogas para los
pulmones y para bajar la fiebre, pero el coro de toses y lamentos, me hacían
sentir más enfermo.
Fue cuando pidió en la clínica que le dieran hospitalización
en casa y las siguientes tres semanas la pasó durmiendo en su alcoba, con los
medicamentos recetados y pegado a la bala de oxígeno.
“Mi suegro no corrió con la misma suerte. Los
dos nos contagiamos al mismo tiempo y es la hora y no sé cómo pasó: soy el
hombre más maniático del mundo con las mascarillas, el alcohol, gel, el jabón…en fin. De pronto un asintomático
nos habló o tocamos algo que estaba infectado, nos rascamos la cara…no sé. Lo
cierto, y lo doloroso, es que mi suegro no soportó la enfermedad y murió hace
unos días.
Dice que se ha motivado a compartir su historia para crear conciencia de que todos estamos expuestos y que no hay que escatimar en cuidado alguno. “Quiero que lo que viví sirva de ejemplo para que multipliquen sus cuidados. Esta es una enfermedad terrible, dolorosa y mortal. Ningún cuidado es suficiente, así que protejámonos y protejamos a los nuestros con todas las precauciones que hay que seguir”.
Hoy, Carlos Espinoza* tiene la oxigenación en
el 95% y dice que ya siente de nuevo la vida cuando respira profundamente. –Tratar
de respirar y no sentir el aire en los pulmones, es la sensación más horrible
que he vivido en mi vida. Ya hoy puedo decir que otra vez estoy respirando,
dice con la voz cortada por la emoción.
Según los médicos, en pocos días estará
recuperado totalmente superando una prueba que no le desea, como él mismo dice,
ni al peor de los enemigos.
Asegura que hoy valora más la vida. Al grupo de
amigos de infancia. Las mamaderas de gallo. A su familia y a todos sus seres
queridos. Es una lección aprendida: para salir vivos de esta, tenemos que
cuidarnos: el Covid puede estar acechándonos, ahí, donde menos lo esperamos.
Comentarios
Publicar un comentario
Comente aquí