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Las instituciones de educación superior en Colombia y en el mundo, están viviendo momentos verdaderamente difíciles.
Desde hace tres años, en muchos países la tendencia en los nuevos ingresos a las aulas, ha sido a la baja. Cada vez menos, los jóvenes encuentran en las ofertas académicas, algo novedoso que vaya con sus gustos modernos. Estos son otros tiempos. Son los tiempos de los centennials, esos hombres y mujeres, verdaderos nativos digitales, que tienen una distinta visión del mundo y de lo que quieren ser para subsistir. Y tienen, además, una visión distinta de la universidad de sus preferencias.
Se da por descontado que todos los jóvenes que cursan su último
grado del bachillerato esperan ansiosos finalizar su ciclo escolar. Y suponemos
que una de las razones es, por supuesto, ingresar a la universidad para cursar
la carrera de sus sueños y titularse como profesionales.
En el imaginario colectivo, la situación debe seguir siendo así. Pero en
la realidad, esas que arrojan las cifras de las universidades privadas y
públicas del país, la situación es totalmente distinta: desde 2017 hay menos
estudiantes ingresando a la universidad y este fenómeno, que ha disparado todas
las alarmas, tiene su raíz en diversas causas. “Ahí
viene el lobo”, puede oírse a lo lejos.
Esta generación de jóvenes que hoy nos asombra (muchachos que hacen
cosas que nosotros hacíamos después de los veintitrés años) por su creatividad
sin límites; el manejo a la perfección de las nuevas tecnologías; el ser
protagonistas activos en redes sociales, esos mismos que han hecho que,
incluso, las más estrictas reglas de un hogar sean “revisadas”, muchas veces ni
siquiera les atrae (como debería) ingresar a la universidad. Tal vez el reflejo
de un familiar titulado, que lleva años trabajando a sueldo de miseria; o el de
un amigo de otro amigo que después de inundar la ciudad con hojas de vida,
maneja un “Uber” pueden desestimular algo que debe ser prioritario, no solo
para su desarrollo, sino el del país: una educación superior de calidad.
A pesar de que las cifras indican que menos jóvenes han terminado el
bachillerato y se han inscrito para las pruebas Saber 11, analistas han puesto
el foco del problema, más allá de lo demográfico (familias de altos estratos
que hoy tienen menos hijos), en que el asunto podría tener que ver con esta
nueva generación de nativos digitales: para los centennials cada
vez es menos llamativa la educación tradicional. Y esto puede ser comprensible
ya que ellos (adolescentes actuales desde los 14 a los 18 años) son los únicos
que nacieron en pleno auge de la tecnología digital: en vez ábaco, usaron
una tablet y jamás jugaron a pleno sol: lo hacen
embebidos en los intríngulis interminables de las redes. Son jóvenes que han
vivido una vida entre lo real y lo virtual, mediada por toda clase de
dispositivos móviles y pantalla de última generación.
Sumado a lo anterior (la relación difícil entre centennials y universidad) hay que agregar ahora la pandemia de coronavirus que ha obligado hasta a las mas conservadoras de las universidades a lanzarse de lleno al mundo digital... y muchas veces sin paracaídas.
Virtualidad: ¿la
solución?
Cuando se pensaba que la virtualidad sería por siempre un complemento en
las instituciones académicas, la pandemia puso todo patas arriba: hoy la
virtualidad ha demostrado se run factor altamente diferencial en la calidad de la
educación que se presta. Y la misma, permitirá a futuro, que estos nuevos
jóvenes que nacieron en la era digital, que desde los tres años manejan un ordenador
y un celular, puedan hacer sus estudios superiores sin necesidad de abandonar
otras actividades que ellos, desde muy temprana edad realizan porque, aunque
ustedes no lo crean, son más independientes, más auto sostenibles que las
generaciones pasadas.
Una publicación de la revista Semana a mediados de este año señaló que
“… En 2018, en el mundo había 101 millones de usuarios registrados en las
plataformas de MOOC (Cursos en línea Abiertos y Masivos, por sus siglas en
inglés) y cerca de 900 cursos en más de 900 universidades en 2018, según datos
publicados por Class Central, un motor de búsqueda especializado en educación
en línea. Y por supuesto, la dinámica no es ajena en Colombia”.
Otra cifra sobre la que los rectores de las universidades del país deben
sentarse a reflexionar, es que la educación virtual en distintas áreas del
saber tuvo un exponencial aumento de matriculados: casi un 99 por ciento más de
estudiantes, que se contrapone al decreciente número de matriculados en los
programas tradicionales que se ofrecen.
La educación en Colombia ha estado concebida por siempre como una
extensión de lo que necesitan las empresas. Su oferta está basada en lo que
supuestamente ellas cada día requieren y marcan así el ritmo de la aparición (o
desaparición) de programas académicos. Un círculo comercial al que la nueva
generación de muchachos con edades a ingresar a sus estudios superiores poco
los atraen, porque no encuentra en el pensum académico
tradicional ni en los detallados currículos universitarios, las asignaturas con
las que han soñado desarrollar habilidades específicas.
Reinventarse, una
necesidad
¿No es hora entonces de repensar de manera urgente los nuevos grupos de
interés que tiene esta generación de jóvenes que esperan algo más de las
instituciones de educación superior en Colombia?
La respuesta a qué es lo que quieren puede darnos el punto de partida de
esa “reinvención” de la que la Asociación Colombiana de Universidades, Ascun,
plantea desde el refuerzo a la extensión, la diversidad en ofertas de becas,
convenios para doble titulación, pasantías internacionales y subsidios y
alianzas estratégicas con el sector privado. Todos ellos, puntos necesarios
para ir trabajando en pro de más matriculados. Pero dinamizar el currículo,
aumentar la flexibilidad, enfatizar en lo esencial y disponer de tecnología de
punta, puede inclinar la balanza para la matricula final entre una u otra
institución.
Las carreras profesionales de cinco años de duración (con excepción de
la medicina) están revaluadas en el mundo. Hoy, en Europa y Estados Unidos, hay
carreras profesionales entre los tres y cuatro años. ¿Por qué no es posible
acortar la duración para el grado profesional en una carrera de cinco años para
que finalmente solo dure cuatro? ¿Qué plus diferencial puedo ofrecer a estos
jóvenes que han crecido con una nueva visión del mundo y una nueva forma de
relacionarse con los demás?
Mucho ‘tilín tilín’
Si revisamos las cifras, podemos llevarnos más de una sorpresa. Y una
que puede sonar escandalosa es la que arroja el SNIES que pone en evidencia que
si bien el número de estudiantes inscritos a las universidades del país
aumenta, los que efectivamente terminan matriculados, es considerablemente
bajo. Y las dramáticas cifras tienen su primer antecedente en el 2017 donde
para el primer semestre se inscribieron casi un millón trescientos mil
estudiantes, pero finalmente se matricularon menos de quinientos mil. El factor
económico también juega en esto: un bachiller que terminó con carencias
económicas su ciclo escolar, deberá sufrir el triple para costearse la
educación universitaria. Es por eso que el “ciclo tradicional” se rompe. Ese
que dictaminaba que “primero te profesionalizas y después trabajas”. Hoy es
común que el estudiante que termina su bachillerato empiece a insertarse en el
mundo laboral, con la esperanza de poder costearse, con su trabajo, la
educación.
La dinámica cambiante de la economía y el distópico comportamiento de
una nueva generación que busca “algo más”, parecen tener contra las cuerdas a
las universidades tradicionales que hoy enfrentan un difícil momento para
mantener el punto de equilibrio.
Los gritos de “¡Ahí viene el lobo!” se siguen escuchando cada vez más
cerca. Es por eso que las universidades deben implementar nuevas dinámicas y
atractivas estrategias que les permitan ganar el interés en esta nueva camada
de jóvenes, para hacerles sentir que una buena educación no solo es necesaria,
sino que es la mejor herencia con la que se defenderán toda la vida.
No vaya a ser que primero llegue el lobo.
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